A nuestros papás.
Ya somos el olvido que seremos.
El polvo elemental que nos ignora
y que fue el rojo Adán y que es ahora
todos los hombres y que no veremos.
Ya somos en la tumba las dos fechas
del principio y del término, la caja,
la obscena corrupción y la mortaja,
los ritos de la muerte y las endechas.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.
Jorge Luis Borges
(Aquí, Hoy)
La adversidad social en la que se han intentado desarrollar los países latinoamericanos desde la imposición de un modelo colonial que ya cumplió más de quinientos años y que ha cambiado en las formas de dominio y dominadores, pero que permanece generando desigualdad, pobreza y violencia, irrumpe de vez en cuando con disecciones magníficas en películas de la región.
Es el caso de la cinta El olvido que seremos (Trueba, F., Colombia, 2020), filme basado en acontecimientos que realmente ocurrieron. Inicia en Turín, Italia, a mediados de la década de los ochenta del siglo XX, en la sala obscura con dos jóvenes enamorados que ven −comiendo palomitas de maíz, sin mayor problema− una de las escenas más fuertes de Cara cortada ( De Palma, EUA; 1983).
Al regresar a casa, en su habitación, el joven −llamado Héctor Joaquín− observa que en la contestadora tiene un mensaje. Una exalumna de su padre le avisa que debe volver a Medellín, Colombia: al Dr. Héctor Abad Gómez −que es médico y trabaja como docente en una Universidad de Antioquía,− le harán un reconocimiento por su trayectoria y también como despedida, dado que lo jubilan. Lo que se narra en la cinta, en principio, es en un largo flashback, que relata la estrecha relación entre padre e hijo en las décadas de los setenta y ochenta, en un contexto de inestabilidad por la pobreza, el narcotráfico y el ejercicio de otros poderes en Colombia.
El director Fernando Trueba tiene una sólida carrera cinematográfica con elementos de descripción histórico-social (Belle Époque,1992; La niña de tus ojos, 1998; El baile de la victoria, 2009; Chico y Rita, 2010; El artista y la modelo, 2012; La reina de España, 2016); y en esta película lleva como protagónico a otro gran artista del cine español: Javier Cámara (Lucía y el sexo, 2001; Hable con ella, 2002; La vida secreta de las palabras, 2005; Los girasoles ciegos, 2008; Truman, 2015, entre otras). La cinta El olvido que seremos ganó el premio Goya a la mejor película Iberoamericana en el 2021.
Lo primero que llama la atención en la dirección de la película es el trabajo de ir hacia el interior de una familia de clase media en el Medellín de los setenta y ochenta. Ambos padres trabajan y tienen cuatro hijos adolescentes que estudian (cuatro hijas y Héctor Joaquín). Encontramos una familia unida, con algunos vínculos religiosos, pero cierta libertad formativa. Las hijas cantan en inglés las canciones de moda norteamericanas (Rolling Stones, Carole King, etc.); tienen novios, manifiestan cierto escepticismo religioso. Y con diversas anécdotas como cuando Héctor Joaquín rompe un adorno de cristal y es obligado a pedir disculpas, con razones y no con represión. Sin mebargo, la familia sufre un quiebre con la enfermedad de una de las hijas.
Es notable la descripción que se hace del padre de Joaquín como maestro universitario crítico y comprometido con la comunidad. Después del 68, muchos profesores manifestaban un compromiso particular hacia las clases sociales menos favorecidas en América Latina. Baste recordar que Faletto y Cardoso publicaron en 1969 su significativo ensayo Dependencia y desarrollo en América Latina, dando lugar a las discusiones sobre la teoría de la dependencia. También son significativas las publicaciones latinoamericanas del sacerdote guerrillero Camilo Torres, Cristianismo y revolución, así como Ciencia propia y colonialismo intelectual de Fals Borda, en 1970. Ambos, académicos colombianos que habían fundado la primera facultad de sociología en América Latina. De modo que en el contexto cultural y educativo se respiraba un ambiente de nutrida conciencia social.
En la cinta de Trueba, señala el profesor Héctor Abad, padre de Joaquín: “Un médico no sólo da consulta,” mientras lo observamos en los recorridos que hace por los barrios pobres de Medellín, impartiendo clases de Salud Pública y visitando hospitales, donde destacará la importancia del agua potable, la alimentación, el aire limpio y el afecto que deberían tener todos los seres humanos. También vemos a este profesional intentar convencer a contrapartes norteamericanas de las bondades del trabajo comunitario. No sólo da clase e interviene, también escribe en un periódico local, por lo que con frecuencia es reprendido. A veces tiene que salir de la Universidad por la forma considerada rebelde de pensar y actuar.
El centro de la historia es la relación padre-hijo −que primero fue novelizada por el mismo Héctor Joaquín, con el mismo título− y que tiene momentos notables: la anécdota que el Dr. Abad le cuenta a su hijo cuando observa el despertar sexual de Héctor Joaquín; la explicación sobre la necesidad de las vacunas como medio de prevención sanitaria y de tratar de equilibrar al cuerpo humano; las idas al cine; los grandes y pequeños problemas que enfrentan; las opiniones sobre los pretendientes de las hijas. Padre e hijo son próximos, pero nos son amigos. El niño y luego joven Héctor Joaquín sabe de la inmensa dimensión de su padre y el médico juega perfecto su rol sin ocultar momentos humanos de alegría, incertidumbre, abierta tristeza o incluso abiertas discusiones. Héctor Joaquín tiene ante el espejo de su existencia la inmensidad e inalcanzable paternidad de un buen ser humano, profesionista y uno de los seres más cercanos a su vida. Un amigo del Dr. Abad acierta cuando le dice a Héctor Joaquín que muchos no tienen padre, pero que al parecer él ha tenido demasiado.
La película nos va mostrando, lenta y profundamente, la inestabilidad del país: movimientos estudiantiles, marchas, ataques terroristas, desapariciones y muerte de líderes. No todos estos movimientos son aceptados por el Dr. Abad Gómez. “Un medico lucha por la vida; no orilla a la muerte”, les dice a unos alebrestados estudiantes, que acusan a los profesores de fascistas.
Sin embargo, ya jubilado, la participación política de Abad Gómez crece al mismo ritmo que la violencia del país. Será candidato a la Alcaldía de Medellín por el Partido Liberal. El desenlace es predecible, en territorios que eran reclamados como propios por paramilitares y guerrilleros.
Impulsor de una educación liberal y de la defensa de la libertad de pensamiento por sobre las geometrías políticas, Abad Gómez es el típico héroe anónimo del que esta plagada la historia no contada o ninguneada de nuestros pueblos. Hombres de carne y hueso que tienen el carácter de enfrentar la realidad y seguir aspirando a ser buenos padres o profesores.
Nos quedamos con la sorprendente lucidez de su discurso cuando se jubila: “El conocimiento y la sabiduría no son lo mismo, son parte de un proceso que finaliza hasta que la madurez de un ser humano lo pueda compartir, después de pasado un tiempo con bondad.”