Mi primera confesión es que este es el tercer texto que escribo al respecto del libro Globalización, cine y educación. El primero de los textos que escribí sobre el libro tuvo una grafología evanescente: fue un texto instantáneo que partió de la primera revisión del libro, de este obsequio que hoy se presenta y al cual no soy digno de servir como cortejo.
La lectura, esa primera lectura que aterrizó en escritura automática, partió del placer y de la alegría por saber que un compañero de trabajo y, por, sobre todo, un buen amigo, se había juntado con otros maestros para escribir a partir sus pasiones, o mejor, de sus fantasmas.
La globalización, el cine y la educación no son sólo palabras inertes: son cuestiones vivas que afectan la relación del uno con el otro. Y al ver la portada del libro, además de sorprenderme de las imágenes clandestinas y del acto meritorio que representa siempre el escribir y publicar para editoriales independientes, saltó a la vista la unión de tales unidades de significación.
¿Qué tienen que ver la globalización, el cine y la educación? Para quienes profesamos la vocación de la docencia, tenemos claro que todo acto educativo es un acto político, por lo que cualquier intento de educar en el mundo contemporáneo no puede perder de vista los retos de un mundo tan particular como el que estamos viviendo, en el que Foucault y su mirada apocalíptica queda rebasados por la realidad.
Al respecto hice un primer borrador para esta presentación. Fue un segundo texto que quedó, como tantos otros, en el arcón de los escritos no públicos. Tras su lectura la corrección, o mejor, la nueva lectura-escritura fue necesaria. Por lo que el texto Globalización, cine y educación se fue convirtiendo, poco a poco, en una reflexión sobre la lectura semiótica.
Ello porque la lectura atenta del texto permite vislumbrar entre los nombres de la gran variedad de películas que retoma, un verdadero trabajo semiológico. El texto, pues, es un trabajo sobre los intrincados recovecos del verdadero sentido de las políticas y las realidades de la globalización, el sentido del cine y la responsabilidad social de la educación.
Como un intertexto general del libro está la verdad. Los autores no pretenden esgrimir una suerte de protuario cinematográfico o de colección de anécdotas sobre la filmación, sino que buscan la intertextualidad de las tres pasiones antes mencionadas.
De la globalización, por ejemplo, reflexionan sobre la importancia de la misma en la difusión de películas y la forma en que se engranan gallos norteamericanos en graneros ingleses, o niños con poco talento futbolístico y estrellas publicitarias de refrescos de alta venta.
Aunque podemos preguntarnos con Mauricio Tenorio si realmente la globalización es culpable de todo, y más aún, preguntarnos qué es la globalización, el texto lo va explicando con paciencia y decoro, sin caer en definiciones de un lexicógrafo o fusionarse con una presentación en Power Point. Así, aunque se cite a Habermas no es un texto sobre la acción comunicativa, sino un texto que significa.
Lo que importa es la relación de conceptos con la película. No como una explicación que resalte lo lindo del filme. De hecho, las explicaciones, aunque claras, no colaboran con el facilismo y la obviedad. Por poner un ejemplo, leeré el último párrafo de la página 111 y que entraña uno de los conceptos fundamentales para comprender a la globalización:
“Película anticipadora de una violencia sin límite en la que hemos aprendido a sobrevivir, la Naranja Mecánica, sigue siendo referente de que el sendero del mal es más largo he intrincado que el indefinible bien posmoderno. La violencia no se ha ido, pero lo que está regresando para enfrentarla es el conductismo en algunas propuestas educativas: ¿ahora si la vencerá?”
Para escribir tal reflexión no sólo se requiere unir una letra con otra. Se requiere el escrutinio de una realidad que rebasa, y por mucho, la comprensión simplista. Se requiere de un alto capital semántico (saber qué es posmoderno, en qué consiste el conductismo y de qué trata Naranja mecánica). El texto es un desafío al conformismo que poco a poco gana terreno en un mundo más interconectado.
El segundo fantasma de los autores es el cine. Quizás es el más devorador y jerarquizante. Confieso, otra vez, que no soy un cinéfilo. Como el recientemente fallecido Jacques Derrida me considero un vouyerista. El cine es un fiel simulacro y un cúmulo de significados de difícil ilación. Quien quiere hacer y leer el cine no sólo se puede contentar con una reseña parcial que atienda más al plano narrativo, como generalmente sucede, y como no es el caso del texto comentado.
El cine es un arte complejo, digno para buscar los recovecos que permiten la interpretación. La relación de la música con la imagen, la gestualidad y los efectos especiales son un reto para quienes quieren descifrar el sentido de una película.
En Globalización, cine y educación más que una pureza de lectura greimasiana o algo por el estilo, se perfila el trabajo del placer, de la recreación de un discurso, de la aventura. Los diez autores son un grupo de globalifílmicos que recrean las películas para antojar al otro, para satisfacer su gozo y pervertir a la audiencia.
“Se apaga la luz. En la bóveda celeste hay una cantidad infinita de estrellas. La constelación de la Osa Mayor toma forma y camina hacia nosotros. La voz en off habla de la relación que siempre ha existido entre la especie humana y los osos. El inicio recuerda el planetario, visita infantil obligada, pero con animación incluida.” (p. 66)
¿Apoco la prosa no es una evocación a la pupila? Quien hoy opine que la palabra no es seductora tiene lagunas en el significante. Falta lectura, y lectura atenta, en este mundo. Leer así, como los autores del libro, llama a ver el cine de otra forma, aunque la cinta comentada no tenga la calidad de las películas de culto. Diría Alfonso López Quintás que este tipo de lectura hacen que esas películas objeto se transformen en ámbitos de encuentro y de posibilidades de comunicación.
Después de leer el texto, las películas se resignifican, y nadie podrá ver de la misma manera Loco fin de semana o Billie Eliot, tan disímiles y ahora unidas por una tarea de significación incluyente, por un metadiscurso.
Esa construcción final es el tercer fantasma del texto: la educación. He dicho que la educación es un acto político y lo sostengo. Este texto devela muchos de los vicios de la educación contemporánea.
Hace crítica de su propia condición pedagógica. Repasa tanto al conductismo y al constructivismo y da cuenta amarga y poco pía de ellos. Busca, pues, otro paradigma educativo, quiere crear y creer en una posibilidad distinta para la educación. Hace eco mientras cambia las palabras de Postman: en los 60 la educación hizo crítica de la cultura, en los 70 la reivindicó y en los 80 todo el mundo se divirtió hasta su muerte.
¿Qué proponen, si acaso, este cúmulo de autores? ¿Por qué seguir apostando por la investigación y la enseñanza de los placeres y de las pasiones? ¿Por qué seguir visitando a los fantasmas?
En este marco de globalización y a través del cine se pueden encontrar lenguajes nuevos, unidades de sentido que reorienten nuestra mirada. Vaya, ver cine es para entretenerse, pero también para encontrar nuestros propios intertextos y difundirlos a pesar de un habla educativa cada vez más desapasionada y despersonalizada. Podemos retomar un poco del texto que bien describe las condiciones en que los maestros se mueven (nos movemos, lo confieso) en el marco educativo nacional:
“Intensificación de la jornada laboral, pérdida de la dignidad humana, imposibilidad de establecer una relación de afecto real con el prójimo, carencia de solidaridad, fracaso para la mayoría; éxito para unos cuantos, ejercicio de poder sin escrúpulos, finales arreglados, deterioro de las capacidades físicas, anímicas y emocionales, deshumanización como rentabilidad.” (32)
A todo ello nos enfrentamos buena parte de los aquí presentes en nuestra relación con el otro, en nuestra cotidianeidad política como docentes. Somos seres para el otro, seres que esgrimen un discurso, a veces teórico, a veces práctico, que sólo buscamos la oportunidad de contagiar nuestros espectros al alumno para que de allí crezca una nueva construcción de significado.
Entre los espectros que forman Globalización, cine y educación el más reconfortante en esta lectura es el de la educación. Aún hay héroes del trabajo didáctico, aún hay maestros que promueven el aprendizaje en todas sus formas, aún hay seres humanos que ven en el otro no la forma de ganarse el pan, sino la forma de construir un mundo mejor y más sólido.
Hablar, sobre este texto, implica la escritura constante. No es un texto para guardarse entre los libreros. Es un texto para vivir y reencontrar el sentido del estudio de la comunicación: la comprensión del prójimo.
Globalización, cine y educación no es un libro que despliega la tecnología o la autoridad. Es un texto de construcción inacabada, de significación pujante, de apertura a la lectura. No es una guía: es una señal que apunta al destino del crecimiento humano.
Por esta apuesta, vale felicitar a Rachel y Nancy Benítez, Gloria de la Garza, Alfredo Gabriel Páramo, Rafael Itzcóatl Ramírez, Adrián Ruiz de Chávez, Eusebio Ruvalcaba y Alfredo Villegas, por seguir participando en la construcción de esfuerzos de esta talla, que rebasan cualquier programa educativo y que reorientan la labor de los sociólogos, los cinéfilos y los maestros.
Así también a Armando Meixueiro y a mi entrañable compañero Rafael Tonatiuh Ramírez, debemos darles las gracias por permitirnos ver el cine de otra manera, desde otra butaca, desde otra construcción semiológica.
Cabe una aclaración a los alumnos que, para alguna materia, tengan que leer este texto: no lo hagan por obligación. Busquen entre estas páginas la forma propia, el significante que complemente al significado de su vida. Y aquellos que lo compren voluntariamente, y que lo lean por simple goce, enhorabuena y denle la bienvenida a la escritura, complemento del cine y de estas cada vez más escasas verdaderas relaciones humanas.
Globalización, cine y educación, fantasmas que recorren las calles, gracias por abrir tus páginas a un semiólogo decantado.
211004