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Jueves, Noviembre 07, 2024

Los coquetos

 

Allá, en mi restaurante preferido, veo a un par de jóvenes porfiristas; están coqueteando alegremente con la guapa mesera que los atiende; sacan a relucir sus mejores chistes y anécdotas para lograr el aprecio de la joven vendedora; es una lucha sin cuartel la que despliegan con inusitado vigor; la joven ríe en forma desenfadado y les sigue la corriente a dichos emprendedores; es parte de su trabajo soportar los acicates de jóvenes con muchos años encima, sabe que son inofensivos y solaz se entrega a sus juegos de palabras; eso sí, nunca permite algún tocamiento o avance verbal permisivo; su empleo y posible pareja de alguno de sus comensales o de ella misma, estarían en peligro.

 

El albañil

No recuerdo quien me comentó acerca de las operaciones, pero escucho claramente sus palabras; me dijo: la intervención quirúrgica es espeluznante en el antes y el después de la anestesia en donde sientes que te han desarmado y como tus piezas corporales están a punto de colapsar, pero espera, lo mejor viene después de agradecer al creador que te haya concedido algunos días extras de vida; el posoperatorio te vuelve a la vida, cuando las sondas que tienes conectadas y pasado la emergencia te dan de alta; las infecciones son recurrentes, la toma de medicamentos, analgésicos etc. , son maravillosos; ahora te corresponde luchar por el día a día. Así que después del tiempo prudente, en donde las inyecciones, pastillas, ungüentos, etc. son dejados atrás, te das cuenta de lo maravillosos que es la vida y como los buenos deseos en donde te dicen: - primero la salud es lo más importante y después los demás -, se convierten en realidad. Cuando sales por primera vez de tu casa - hospital y te aventuras, sin permiso de la familia a circunnavegar por tus alrededores, por fin ves la luz delo sol en la calle y te encuentras con los colores alegres de un buen restaurante; arrastrando los pies, sigues a la diligente anfitriona para ocupar tu mesa; te sientes extraño en ese lugar al que asistías con cierta frecuencia, no más de dos o tres veces por mes, el sueldo de un profesor no alcanza para más. Te encuentras degustando tu delicioso café mañanero; a las siete de la mañana, en un día domingo, la familia se encontraba durmiendo y por lo tanto se pudo salir temprano; poca gente se encuentra en ese lugar como preludio de lo que viene; por estar cerca el restaurante del Parque, muchos acuden en tropel antes o después de entrar a la diversión. Observas a la gente discutiendo a veces por nimiedades, cuando se encuentran bien de salud; tienen dinero para pagar la cuenta y no estar en la cocina de casa, preparando, alimentando y lavando trastes. Tras unos momentos de introspección, observo a un hombre cabizbajo, sus ropas denotan a leguas que su oficio es de albañil de obras, personas que trabajan mucho y ganan poco; de los que hacen nuestras casas para vivir y muchos de ellos no tienen en donde apoyar a su familia. Hace años, trabajé como ellos, como aprendiz de carpintería; en las obras se trabaja codo con codo (electricistas, carpinteros, plomeros, albañiles, yeseros, etc.), luchando por terminar la actividad encomendada; si no trabajas no comes, esa es la norma que muchos “ninis” ignoran; aquí no hay aguinaldo, días económicos, bonos, años sabáticos, vales de despensa... En esos cuatro años, tuve la fortuna de tener amigos sinceros en donde la ayuda reciproca era una constante. En varias “obras “nos tratábamos como hermanos. Nunca, en esos tiempos vi pleito alguno, al contrario: el cómo amaneciste y que tal: - ¿”listo caperuzo para la chamaba”? - era el saludo normal. Muchas veces comíamos en equipo compartiendo la comida y bromeando acerca de la vida y sus avatares. Fui afortunado, al mismo tiempo estudié para profesor y logré terminar la carrera y trabajar como docente. Volviendo al tema inicial: su ropa y manos manchadas con la cal del trabajo, sus botas rotas con lodo están acompañando a su dueño. Entre su bolsa de tela sobresalen sus instrumentos de trabajo, cucharas, plomada, etc. Lo que se me hizo extraño es que a su lado se encontraba enrollada una gruesa cobija, lo que me hizo pensar que su trabajo había terminado o había sido despedido. Se encontraba leyendo el periódico, pienso que buscando empleo, su cara denotaba la desesperación del momento y hacia lo posible para no demostrarlo, la dignidad del hombre aún se encontraba con él. La mesera lo atiende con el profesionalismo característico. Eligió el platillo más barato, equivalente de manera posible a un día de sueldo; su celular añejo y maltratado, estaba siendo consultado con ahínco, posiblemente complementando la información del periódico; en esos lugares además se ofrece el Internet gratis, el parroquiano seguramente se encontraba utilizándolo y fue lo que lo animó a entrar. Su desayuno austero contrastaba de manera notable con el que servían a los demás; presa de un arranque altruista desconocido (soy un humilde profesor y no tenía más), le pedí a la mesera, le diera un desayuno como “Dios manda” (dicho de mi pueblo) y para evitar herir susceptibilidades: - la casa por equis motivo se lo obsequiaba -. La mesera con discreción, obró en consecuencia y surtió con una buena comida (proteína animal) al parroquiano. Despacio y sin ninguna prisa, empezó a consumirlo.” Desde antes”, dejé de mirarlo para no ofender su postura; los pobres somos muy delicados cuando no encontramos en condiciones precarias. Continué mi actividad en la vieja computadora que llevaba y como el internet es de alta velocidad y cobertura, además de no preocuparme por las dos horas de estacionamiento (al rebasarlas se pagan precios estratosféricos), no llevaba el automóvil, dejé correr el tiempo; cuando uno se enfrasca en problemas matemáticos, la vida pasa en un suspiro; eso me ayudó en parte, a olvidar los ya tenues sufrimientos postoperatorios. De pronto sentí una fuerte presencia a mi lado, un tipo rudo venía del baño y se acercó a mi lugar, me ofreció su mano calloso de hombre trabajador, me levanté a estrecharla y me dijo de frente, mirándome a los ojos: -gracias hermano por la comida-, no sé cómo se enteró de que era el buen samaritano: se retiró de inmediato; gracias a ello no vio los ojos humedecidos de un viejo profesor de Ciencias.

De vaqueros

Son los inicios de julio en la provincia norteña de hace muchos años y estamos de vacaciones en la escuela. Me preparo para salir; a las 4 de la mañana, pasa el remolque que recoge a los trabajadores para ir al campo de trabajo. Tengo listas mis 3 gordas de flor de calabaza con pollo y frijoles en mi bolsa de lona; todo se encuentra listo. Salgo a la calle para que el claxon del tractor no despierte a la familia; De pronto, muy cerca, se oyen disparos de pistolas calibres 38 y 45, gritos; de improviso vemos un caballo desesperado quien sale del fondo de la calle a todo galope; se levantan grandes trozos de tierra húmeda de las herraduras; el jinete lo espolea con furia y determinación, lleva una manta de cuero negra desgarrada por el pecho de donde mana sangre; la tejana negra permite ver un rostro con barba roja y ojos dilatados; se oye el respirar fuerte de la cabalgadura y la persona, quien de pronto, lanza un silbido agudo y penetrante de arriero ; el freno obliga al caballo a pararse de “manos” de una manera brutal y despiadada , se encabrita y con furia salvaje, pasan como una exhalación frente a nosotros, no hay nadie que lo esté “venadeando”, las espuelas se clavan inmisericorde en la bestia; en la montura se observa un viejo rifle calibre 30 – 30; se bambolea en forma siniestra. Al poco tiempo se pierde el sonido del galope.

En la oscuridad emerge un suspiro y a continuación, sollozos largos y acompasados; gritos de dolor y angustia, las ventanas empiezan a iluminarse y la gente empieza por asomarse; me acerco a la mujer quien, acuna entre su pecho, a un hombre que agoniza; los labios abiertos arrojan y respiran sangre; el pecho destrozado arroja el líquido vital en forma regular y con los latidos se acelera. Los ojos muy abiertos y dilatados muestran un profundo temor al futuro cercano. Finalmente dando un gran suspiro, muere. La mujer, con profundo amor, cierra sus ojos y ajusta su barbilla; empieza a rezar en voz baja, la gente se ha reunido a su alrededor y observa; las mujeres cercanas, la acompañan en su dolor; los hombres, con rifles y pistolas en las manos no saben qué hacer. Nos obligan los mayores a abandonar el lugar, dicen:- esto no es lugar para niños -. Huele mucho a alcohol de caña; antes de retirarme, veo la botella semivacía, derrama su contenido de manera lenta y sin prisa.

Volteo y veo como el remolque nos espera a corta distancia; todos los ocupantes se persignan y a la voz: “de ojalá Dios lo perdone y lo tenga en su santo reino"; el tractorista continua su camino rumbo a al trabajo. Al llegar, se buscan ramas secas y hojarasca; se enciende la fogata y después de lanzar las “gordas” al azar, empezamos a recogerlas calientes; nadie quiere comer y se intercambian relatos del difunto; - lo bueno que era con todos y lo amable que era con los animales -. Todos dijeron: - ahora está descansando en el cielo con su padre, quien también había muerto como él, en la calle y a balazos; sin confesión previa pero con el apoyo de su esposa -. Decían los entendidos: - ahora el problema les corresponde a sus hijos -; deben vengar a su padre y abuelo. Un hombre de antaño, Isaac Newton, lo predijo en una de sus leyes físicas: - a toda acción, le corresponde una reacción igual, pero en sentido contrario.

Trabajamos en silencio en el corte de frijol, con la firme convicción: es mejor estar vivos y no muertos. A lo lejos se escucha el tañer de las campanas, doblan a muerte y nos entristecemos por lo que no debió haber ocurrido.

Terminamos nuestra labor y todos, antes de llegar a nuestros hogares, depositamos un poco de dinero en una charola con dibujos y colores alegres. Dentro de la casa del difunto, se encuentran los hijos; uno de ellos tiene la escuadra, calibre 45 (exclusivo uso para militares), pertenencia del difunto padre, metida en la cintura; él continuará la vigencia del apellido. Este adolescente tiene de pronto, las responsabilidades de un hombre. Su mirada de odio y tristeza se confunden con los rezos de las mujeres; las cuentas de los rosarios empiezan a circular como quien lleva un balance de plegarias por resolver. El sacerdote, de origen español, reconforta a la viuda y le dice: - no tenga pendiente por el alma de su esposo, ésta se encuentra con los justos -, le recomienda quitar el arma a su hijo, - porque la venganza, ofende al eterno -; la mujer no contesta y sus ojos vuelven a llenarse de lágrimas. Llega la justicia del estado y preguntan el nombre del asesino; nadie lo conoce, no era del pueblo dicen todos los que responden (si lo es). Preguntan a los familiares; tampoco saben nada. Después de decir: -“indios cerrados”- en voz baja se retiran; saben cómo al poco tiempo habrá una masacre ahí, o cerca de allá.

El carpintero llega con su regleta amarilla que mide en pulgada; coloca el inicio en la cabeza y pausadamente como quien mide madera, la extiende hasta los pies y cuantifica. Tantos pies y tantas pulgadas; a tanto la madera y a tanto las bisagras; a tanto la mano de obra y a tanto el transporte al camposanto. El total es tanto; el cabeza de familia, el hijo mayor, quien lleva el arma, confirma: su padre debe tener un entierro honroso, como corresponde a un apellido de abolengo. El será enterrado como nunca vivió, con lujos y con la carreta grande con dos caballos engalanados. Llegan los demás familiares, todos hombres y todos parientes del muerto. Se presentan con caballos sudados y organizan la búsqueda, saben que el herido no llegará lejos y se aprestan a buscarlo. Las mujeres se quedan y los hombres se van. Más adelante nos enteramos: el fugitivo se desbarrancó y murió con todo y caballo, allá por el rumbo de Casas Viejas, ruta frecuente de narcotraficantes. Toda queda en santa paz y la cuenta ha sido saldada por la providencia. La policía y los familiares quedan satisfechos: no hay delito que perseguir. El forense está inquieto; encontró balas de máuser en el caballo y más balas, calibres 38 y 45 en el cuerpo del “desbarrancado” recién preparado; quedaron dentro del cuerpo; la poca sangre derramada se mezcló con el lodazal del lecho del rio. Pero esto no importa, nada se escribirá en la bitácora; todo está bien; se pagó “ojo por ojo y diente por diente”; el cielo está pendiente de ello. No murieron inocentes, solo culpables. Los familiares de los muertos no se saludarán por el resto de sus vidas, pero todo está cubierto y todos entienden: el destino intervino para ajustar cuentas. Esa era parte de la vida de aquellos tiempos; esta es la vida de estos tiempos, ahora en camionetas. Se cambia para estar igual.

 

Sacapuntas

Hugo Aboites
G. M. Trevelyan

El timbre de las 8

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Educación Ambiental

Mentes Peligrosas

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Deserciones

Armando Zamora Quezada & Manuel Cantellano Delgadillo

Sala de maestros

Martin Wolf

Tarea

Diego Muñoz Valenzuela
Chico Buarque de Hollanda
Gabriel Humberto García Ayala
Melody A. Guillén
“pálido.deluz”, año 11, número 161, "Número 161. A 30 años del EZLN: Resistencias, movimientos, proyectos y esperanzas. (Febrero, 2024)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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