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Miércoles, Mayo 01, 2024

Mis lecturas juveniles, de adolescente más bien, venían de escritores mexicanos que se acercaron a mí, en los burós de mis hermanos mayores: ahí estaban Leñero, Fuentes, José Emilio Pacheco, Revueltas, Rulfo y otros más que -confieso- no fueron mi impronta. Asimismo, otros latinoamericanos como García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar que, tampoco me atraparon en ese momento, si acaso José Emilio Pacheco. Hurgando, poco a poco, descubrí a dos grandes escritores, diferentes, frescos y, sobre todo, que me decían cosas interesantes y muy atractivas para la edad que tenía: Gustavo Sáinz y José Agustín (A Parménides García Saldaña lo encontré por otros lados, más tarde, no en los estantes o burós de mis hermanos). Del primero recuerdo cómo devoré las páginas de Gazapo y me involucré con los personajes a quienes sentía flor de piel: más adelante, lo mismo me ocurrió con El compadre Lobo. Pero fue José Agustín quien me cautivó por su lenguaje irreverente, que rompía con los cánones literarios tradicionales -al menos para mí- y me hizo dar el brinco de mis lecturas de doce, trece años, de Mark Twain, hacia unas letras y unas historias que me identificaban plenamente. Esa identidad tenía que ver con una juventud y una música que ganaban un espacio ante la formalidad adusta de los adultos.

José Agustín, aparte de su cultura literaria que lo proyectó como el escritor de varias generaciones, era un melómano irredento que tenía en el rock, principalmente, el cómplice ideal para musicalizar su obra. Genial para mí: yo encontré primero el gusto por el rock que por la literatura: y sus libros me hicieron enamorarme más de ambos: rock y literatura. José Agustín fue una suerte de promotor del rock, un difusor de su belleza, su fuerza y su inmortalidad. Proclamó a esta como La nueva música clásica. Eso que parecía una irreverencia más – y que a lo mejor sí lo fue- nos quitó, al menos a mí, ese sentimiento de inferioridad ante la música culta: la puso a la par, o no, de otras formas musicales, pero sobre todo, la colocó en el lugar que le correspondía: una de las síntesis y manifestaciones estéticas más interesantes del siglo XX que nos permitió ser jóvenes por siempre, de tener en ella la vanguardia, la protesta, el exceso, las nuevas formas que luchaban contra ese mundo plagado de clichés socioculturales que parecían indestructibles.

Algún tiempo me quedé con la denominación de Margo Glantz de la Literatura de la Onda con la que encapsuló a toda una corriente literaria en la que José Agustín, a mi juicio, fue su portavoz más destacado. Esa denominación fue rechazada por ellos, con justa razón, porque se quedaba corta: esa Onda no era simplemente una literatura juvenil a la que había que ponerle un mote barato; esa Onda revolucionó las letras mexicanas, rompió con las formas y propuso un lenguaje generacional que trascendió fronteras y tiempos concretos.

Todo mundo sabe que José Agustín fue un prodigio juvenil de las letras que produjo obras como La Tumba o De Perfil. Eran los años sesenta, en la que los jóvenes tomaron la palabra, las calles; años de reivindicaciones sociales, políticas: sueños de libertad, de resistencia y lucha en las universidades; años de la minifalda, el pelo largo, la mota, la chota, la píldora anticonceptiva, el amor y la lucha armada también. Década revolucionaria en la que los jóvenes veían cine francés, protestaban por Vietnam, tenían sus posters del Che y de Fidel, portaban pantalones de mezclilla, asumían su sexualidad de formas que asustaban a las buenas conciencias: Época de los Beatles, los Rolling Stones, Bob Dylan y muchos más. Hippies por un lado, guerrilleros por otro. Revolucionarios en las calles o en los conciertos: un nuevo mundo se asomaba y una nueva juventud participaba de múltiples maneras. Revolución de las letras, de la música. Unos en las calles, las asambleas y su combate frontal al régimen: otros en el peace and love, en los textos literarios y en los nuevos lenguajes visuales musicales y literarios. Cada chango a su mecate.

En ese contexto, José Agustín y otros como Sáinz y Parménides hicieron su propia revolución en las letras: hay muchas maneras de encender el mundo, de cambiarlo, de hacerse presente; los años sesenta nos enseñaron eso: nos abrieron los ojos, nos dieron lugar, plataforma, palabra: nunca más súbditos del régimen ni esclavos de los arcaísmos sociales, políticos, estéticos, sexuales…El mundo no se acaba en ortodoxias y para respirar de otra manera hay que revolucionar nuestras formas de pensar, de sentir, de hacer y escuchar música, de leer más allá de los clásicos literarios y montarse en el cambio y ser parte de él.

A José Agustín le debo más que las hermosas horas de vida que me regaló con su lenguaje único. Mucho más que esos instantes de placer al recorrer su obra, de leer, por ejemplo, Se está haciendo tarde (final en laguna) y ser parte del viaje de reventón y excesos en Acapulco: “Your outside is in/ Your inside is out; The higger you fly/ the deeper you go”, ( Tu exterior está adentro/ tu interior está afuera, Lo alto que vuelas/ lo profundo que vas) y así, con los Beatles de ‘fondo musical’ como acude, una y otra vez en sus páginas, a esa genialidad lennoniana, vivir esa narrativa hedonista, sadomasoquista, llena de excesos, de lenguaje fresco y chido (sex, and drugs and rock and roll) que nuestro gran gurú generacional escribió a inicios de los setenta. Es eso, un ejemplo. Acá no hay ni el tiempo ni la solvencia para describir o hacer una antología vital y literaria del gran José Agustín. De ello ya se han encargado o se encargarán los que lo conocen más y saben más. A lo que me refiero cuando hablo que le debo más, es a que me ayudó a salir de la oscuridad: sentí que estaba en varios de sus relatos; pero, aún más: me dio la oportunidad de escribir -años más adelante- sin sujetarme a reglas inamovibles y me valí de los recursos que él creó para expresar mis propios textos: no todos tenemos la capacidad para generar obras de la talla de él, pero sí de escribir nuestras propias vivencias, sueños, pesadillas y contextos.

Hasta siempre, maestro José Agustín. Nunca morirás porque tus letras son eternas. Gracias por todo.

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“pálido.deluz”, año 11, número 161, "Número 161. A 30 años del EZLN: Resistencias, movimientos, proyectos y esperanzas. (Febrero, 2024)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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