¿Es acaso Bardo lo que es a G. Iñárritu como Roma lo fue a Cuarón?

No hay forma de equiparar los dos filmes de estos dos cineastas mexicanos, tal vez tan solo por lado que marcaron el regreso a filmar en México después de una larga estadía en el extranjero viviendo y realizando sus películas que les dieron el éxito de las salas cinematográficas y de los diferentes premios incluyendo el de la academia, el premio Oscar.

Bardo es estar en el sueño que aparentemente termina en un respiro solo para darse cuenta de que aún sigue uno soñando, es uno de esos estados de sueño profundo tan vividos y casi reales que la mente confunde entre el subconciente y la realidad antes de despertar.

La historia, vertiginosa y confusa desde la primera toma, nos presenta al alter ego de G.Iñarritu, un documentalista/periodista/artista que regresa a México despues de 20 años (los mismos que el cineasta no había filmado en México) a recibir un premio y aparentemente a reencontrarse consigo mismo de una manera que tal vez no tendría planeado. Todo esto a través de una narrativa que circularmente nos lleva a través de voces en off cuando el protagonista habla sin mover la boca y perturba a su pareja y a su mamá, o palabras que hasta mucho tiempo después en la trama encontraremos el sentido.

Algo que llama la atención desde los carteles promocionales de la película y que se mantienen presentes en la excelsa fotografía de Darius Khondi, conocido por Delicatessen, Amour y Media noche en París, entre otras, con una óptica angular que al presentarnos de las primeras paronámicas, a los primeros planos, juega con una luz natural que dibuja esas sombras en el suelo, en las calles, o hasta en los rostros, además de los reflejos donde la dualidad de los personajes y el adentrarnos a un mundo de sueños como Alicia en el país de las maravillas es un viaje vertiginoso.

Filmada casi en su totalidad en la Ciudad de México, nos pasea por esos departamentos de la colonia Narvarte, circulares y apretados, donde conocemos a la familia, el inicio y fin de la historia, circular al final de cuentas; nos lleva a una fiesta chilanga al California Dancing Club, donde suceden un par de las mejores escenas de la película, bailando, marcado por un aplauso de la hija del protagonista, Camila, interpretada por Ximena Lamadrid, quien cambia los tonos musicales con esta acción, hasta el encuentro de Silverio Gama, Daniel Giménez Cacho, que a lo lejos en esos planos panorámicos dibuja la silueta del Alejandro G. Iñarritu y a un personaje viejo, demacrado, que ama y sufre por lo perdido y lo encontrado en otro país. Diálogos de un Bardo, que construye un metarelato entre los sueños y realidades del personaje. Realidades de un México donde los mexicanos, literalmente caen en el corazón del país, diálogos entre un personaje histórico y el documentalista que trata de interpretar la conquista, de un un hijo y una hija que perciben el mundo muy diferente a un padre que se ha procurado cuidar a los hijos del mal de su nación de origen.

Se observa como en Roma de Cuarón, la nostalgia de una Ciudad de México de los orígenes del cineasta, la GRAN TELEVISORA, sus orígenes como locutor, su carrera inconclusa en Comunicación, y si transito como productor de comerciales para corporativos capitalistas, su trabajo en cargueros y su apodo de “Negro” que en la película cambian a “prieto”; su afición al América e incluso bautiza al personaje principal con el segundo apellido de su padre, Gama.

El antagonismo con los medios televisivos, su escape y crítica, se da en uno de los diálogos/no diálogos que suceden en la azotea del California Dancing Club, pretencioso y egocéntrico termina diciendo, “ya no quiero escucharte” y es exactamente lo que sucede.

Con una duración de 2 hrs y 39 minutos, Alejandro G. Iñarritu, nos cuenta de forma circular, pero atípica su historia o su no historia. Una autoficción como lo ha definido el mismo, o un documental falso que se da en la subtrama de la película. Tal vez a una visión tanatológica de la vida y la muerte, de lo que tenemos y perdemos en un instante, de la pérdida del ego o su reforzamiento, del piso ante los reconocimientos, o sencillamente, el dar un paso cada día más a donde perdemos todo.

Bardo, de acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española se define como: “Poeta heroico o lírico de cualquier época o país.”  Y es entonces cuando el cineasta, con el ego en el cielo, brincando sobre la tierra puede darse el lujo de contar su historia o la historia de el en un sueño, que pudo ser cualquier época, cualquier país, pero que es nuestra época, nuestro México, donde incluso Amazon puede comprar parte de este país.

Allende Márquez Ortiz es profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad Anáhuac México, documentalista, productor audiovisual, y fotógrafo aficionado.