El gobierno mexicano se enfrenta a una disyuntiva: o decide continuar solo y sólo militarmente su lucha contra el narcotráfico o comienza a pensar en una estrategia mucho más amplia, basada en un acuerdo nacional con todos y con todo el mosaico enorme de tendencias comunalistas que pueblan el país. Y no son pocos: en los decenios recientes (1990-…) se ha demostrado la enorme fortaleza y determinación de los zapatistas, las guardias comunitarias, la fuerza de Cherán, las y los compañeros de Samir Flores, los yaquis Tomás Rojo y Luis Urbano, y con ellos, también toda la fuerza y determinación de lucha que da el dolor de la pérdida o desaparición de cientos de miles. Es injusto que todo esto sea desechado como inútil para una lucha más amplia, como si ejército y policías efectivamente estuvieran resolviendo el problema. Tampoco desechar la de los normalistas, de las y los maestros de la CNTE y de los estudiantes de educación superior. Sus rebeliones esconden profundos reclamos y fuerzas profundas de acción, así como décadas de experiencias de luchas que son vitales para la nación.