Cuando se trata de un documental clásico sobre la naturaleza, no resulta fácil decir algo nuevo o con un poco más de sentido del que ya ha sido abordado anteriormente. Sin embargo, como ejemplo cinematográfico de la categoría naturaleza es inevitable recuperar algunos clásicos.

La tercera acepción de la palabra clásico que señala la Real Academia de la Lengua Española es: “dicho de un autor o de una obra que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia”. La marcha de los pingüinos (Jacquet. L. Francia, 2005) es sin lugar a duda una obra imperecedera y que ha servido de modelo para otras obras cinematográficas.

Sólo daremos dos referencias al respecto: el mismo director Luc Jacquet, un poco más de cinco lustros después, realizó una segunda parte de este clásico, filmada con la más moderna tecnología (Cámara 4k), conocida como La Marcha hacia el Atlántico, que incluye elementos del cambio climático. La otra inevitable referencia son las marchas de estudiantes jóvenes y adolescentes en Chile (no muy lejos de la Antártida) en el 2006, que reivindicaban el derecho generalizado a la educación superior y que por su vestimenta se les nombró igual que la película francesa.

El documental filmado totalmente en entorno natural La marcha de los pingüinos da cuenta de la vida de una especie que se adaptó y se quedó a vivir en la Antártida: el pingüino Emperador. La Antártida no tenía ese clima frio que sabemos: el polo sur cambio de clima en los diferentes procesos de variación que ha tenido nuestro planeta y los pingüinos todavía sobreviven en él.

El acento del filme está en el traslado de más de 100 kilómetros, que camina esta ave –que no vuela- para aparearse, reproducirse y mantener el único huevo, que servirá para reproducir la especie. Es decir, el documental nos habla del proceso de mantener la vida, que por miles de años, han realizado los pingüinos Emperador.

La película al seguir este ciclo de vida nos va describiendo elementos desconocidos: la manera de caminar que incluye desplazamientos sobre el pecho en el suelo; la forma de alimentación en el verano que tiende a ser basta; la manera de seleccionar a la pareja en la que el ruido es fundamental para la memoria; los roles que juegan en el proceso reproductivo y el instinto por mantener la vida, a pesar de temperaturas por debajo de lo menos 50 grados centígrados y vientos helados que azotan a los pingüinos.

Los machos de esta especie juegan un papel fundamental en este proceso. La Antártida, en el polo sur es el bioma más frio y seco de todos los que existen en el mundo. Por ello, sorprende la fuerza y resistencia de esto machos Emperador que mantienen un huevo en las patas y le dan calor con su cuerpo. Sorprende también el rol de las hembras que van a las heladas aguas a conseguir alimento, que aparentemente ingieren y que reservarán para a la cría. Y vuelve a causar asombro el encuentro de la familia, cubierta la primera etapa.

No es nuestro objetivo detallar en este texto todo el documental, pero si recomendar que se detengan a analizar otros tres aspectos más:

1. Las amenazas que continúan sufriendo las especies vivas en ambientes naturales como el aquí representado,
2. La sobrevivencia que significa al mantenerse en grupo, resolviendo las necesidades y fortaleciendo a la especie, y que resulta evidente en este filme.
3. Los componentes de la película: en los créditos finales se descubren algunas tomas de making of o el detrás de cámara. Se sugiere seguir la espléndida narración en voz en Off de Morgan Freeman, la estructura del filme, la música y por supuesto, la fotografía.

El documental La marcha de los pingüinos es una oda a la vida. Un poema al milagro de la existencia de especies vivas. Un canto hermosamente filmado a la batalla cotidiana de los pingüinos Emperador por continuar el ciclo de su especie ante cualquier adversidad.