Es verdad que Monterrey no es la primera gran ciudad latinoamericana que atraviesa una crisis hidráulica de grandes proporciones.
Solo basta recordar aquel memorable texto de Gabriel García Márquez titulado “Caracas sin agua”, en el que el escritor cuenta el colapso de la capital de Venezuela ocurrido en junio de 1958, durante el cual el gobierno suspendió el suministro de agua a lo largo de la ciudad durante varios días.
Por esos años, García Márquez era corresponsal del periódico colombiano El Espectador, donde describía con maestría las peripecias por la urbe caraqueña a través de Samuel Bukart, un ingeniero alemán desesperado por no poder rasurarse y obligado a preparar su café del día con botellas de agua mineral.
Escribí antes “texto” y no crónica –como fue publicada en su momento “Caracas sin agua”–, porque muchos años después, ya con el Nobel a cuestas, García Márquez confesó de forma traviesa –precisamente en Monterrey, en un taller de su Fundación–, que Bukart no existía y que las vivencias que le atribuía a éste le habían ocurrido a él en realidad.
Todo lo narrado era real, pero a García Márquez le había parecido más interesante atribuirlo a un personaje inventado que contarlo en primera persona.
Según mi punto de vista, la decisión de crear un personaje ficticio sin aclararlo, pese a que lo relatado fuera verídico, convertía una estupenda crónica en un cuento o, en un “texto”, si se quiere ser neutral, como lo intento, para no iniciar aquí una vieja discusión sobre literatura y periodismo, cuando el artículo que intento escribir busca abordar la crisis del agua que sufre hoy Monterrey.
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Sigo con la revisión del pasado, pero paso de los cincuenta a los ochenta.
Me sorprendo de hallar en YouTube una entrevista realizada en esa época a Alfonso Martínez Domínguez, aquel jerarca del PRI que, después del trágico Halconazo, fue desterrado de Ciudad de México y condenado a ser gobernador de Nuevo León, donde destruyó buena parte del centro de Monterrey para construir la Macroplaza con la que la metrópoli regia pretendía distinguirse del Zócalo capitalino.
El asunto es que Martínez Domínguez, entrevistado en el programa Foro del periodista Gilberto Marcos, hace la siguiente profecía en 1984: “Monterrey tendrá agua hasta el año 2010 o 2020, si la usamos razonablemente y si no crecemos desmesuradamente... Monterrey no debe crecer más allá de 3 millones y medio o 4 millones de habitantes, porque de lo contrario volverá a haber una crisis tremenda de agua y habría que traerla a costos terriblemente altos de lugares muy lejanos”.
El área metropolitana de Monterrey tiene hoy en día casi 6 millones de habitantes.
Ya se ha dicho antes en este espacio que la concentración de tantas personas en un territorio específico no fue resultado de inercia o un accidente, sino de un proyecto económico bien trazado para reunir en un mismo espacio una gran cantidad de mano obra barata y un potencial mercado de servicios.
Todo eso se ha logrado hoy, pero a las autoridades y empresarios se les olvidó considerar que esa “mano de obra” y “grupo de consumidores cautivos”, necesitaban también de infraestructura mínima, como transporte, recreación, cultura, agua…
La consideración de una posible extinción era de tanto sentido común, que hasta un dinosaurio como Martínez Domínguez podía verlo.
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Según los reportes revelados por Conagua, durante los últimos cinco años, la metrópoli regia tuvo precipitaciones de lluvia por debajo de la media nacional y las más bajas en lo que va del siglo XXI.
O sea que, entre 2017 y 2021, (prácticamente los años que duró el gobierno de El Bronco ), Monterrey padeció una grave sequía que nunca fue asumida ni atendida de manera especial por las autoridades, pese a las obvias repercusiones que ésta traería.
Apenas un balbuceo un tanto esotérico fue pronunciado en 2021 por el anterior director de Agua y Drenaje de Nuevo León, Gerardo Garza González, quien en una reunión del proceso oficial de transición soltó, como si fuera cualquier cosa, el dato de que a las presas locales les quedaba agua para 90 días.
“La presa de Cerro Prieto viene a la baja desde los últimos siete ciclos de temporalidad.
Prácticamente desde 2013, 2014, que fue el último huracán Ingrid-Manuel que nos llenó los embalses actuales, y ya de ahí se vino a la baja la cuenca.
Un tema totalmente de la naturaleza”, explicó en aquella ocasión.
Sin embargo, luego vendría lo que aparentaba ser una especie de reclamo del funcionario estatal a las autoridades municipales –más de grilla coyuntural que de seriedad y responsabilidad ante el problema que se padecía y, en especial, el que se avecinaba–: “Los alcaldes se me echaron encima cuando les dije que no regaran los jardines con agua potable.
O hay agua para los jardines o hay agua para la gente: esto es lo que necesitamos legislar.
Debemos ir por agua residual tratada y no regar jardines con agua potable”.
Claro, el problema no era la falta de una planeación urbana humanista y no meramente económica ni la ausencia de medidas inmediatas de reacción gubernamental ante la contingencia que ya de por sí era la prolongada sequía padecida durante cinco años ni tampoco la lucrativa explotación industrial del agua, no, ese no era el problema.
El problema era de la naturaleza y el riego de los paupérrimos jardines públicos.
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Agua regia es el título de un libro del poeta nicaragüense, Beltrán Morales.
Llegué a él durante la búsqueda del poeta Samuel Noyola.
Se trata de un poemario extraordinario muy difícil de conseguir hoy en día, pero del cual cada verso vale la pena.
El texto no se trata, sin embargo, de una metáfora de cierta composición química que mezcla ácidos nítricos y clorhídricos para crear una sustancia ancestral usada por viejos alquimistas para disolver en ella ciertos metales nobles como el oro.
Eso: si no se atiende bien el turbio diseño y la perversa planeación urbanística de Monterrey, el agua regia terminará por desaparecer el preciado oro que algunos han acumulado a costa del desastre social.