Cuando despertó creyó que la vigilia le traería otra visión de la realidad. Había tenido un sueño inquieto, colmado de funestos presagios, de signos ominosos. Se talló los ojos con fuerza, como queriendo borrar la imagen que se presentaba frente a él. No sabía si continuaba en medio de una pesadilla o ya estaba totalmente despierto. Por unos momentos se sintió confundido, mareado. Miró hacia el cielo en busca de una señal que le indicara la presencia de algún vestigio de esperanza. Bajó la vista deseoso de que el paisaje hubiese cambiado. Pero no. Ahí estaba esa imagen desoladora, esa soledad inmensa, silenciosa. Ni el viento se atrevía a aparecer por esas tierras agrietadas, tan estériles que no producían sino polvo, un polvo que se pegaba a la ropa, a la piel, buscando una poca de humedad. Bajo la luz de la luna el suelo lucía extraño, era como un mar de plata, de aguas tranquilas, quietas, silenciosas.
Su mirada se perdió en el infinito. Se sentía vencido. Estaba cansado de tanto caminar. Habían viajado toda la noche, agazapados, tratando de no hacer ruido, hablando en voz baja para no delatar su presencia y ser presa de los pocos animales que aún vivían, con una sed inmensa, una sed que los martirizaba, que los hacían delirar. La poca agua que traían la racionaban, apenas unas gotas para humedecer los labios. Viajaban de noche para protegerse del calor sofocante, de los rayos del sol y de los asaltantes. Él se sentía desolado, igual que el paisaje que los rodeaba. Sin embargo sus ojos adquirieron un brillo especial cuando vio a su hijo dormido a su lado, quien a pesar de todo tenía un sueño tranquilo. Pasaron muchas horas más antes de que Diego despertara. Cuando lo hizo se incorporó inmediatamente.
─ Buenos días pá. ¿Cuánto tiempo tienes despierto?
─ Hace un buen rato. Creo que me despertó el silencio. Y tú, ¿qué tal dormiste?
─ Bien pá, dadas las circunstancias. ¿Tienes alguna idea de dónde estamos?
─No estoy muy seguro, pero creo que vamos bien. Tal vez el lugar que buscamos esté un poco más allá de aquellas montañas que apenas se distinguen a lo lejos.
─ Ojalá sea así porque tenemos muy poco agua y menos comida.
Ambos se quedaron callados. Y lo empezó a invadir la necesidad de tomar un poco de agua. Esa sed lo atormentaba. Habían pasado muchos días en los que apenas si tomaba ese líquido que antes todos desperdiciaban y que después se convirtió en un artículo de lujo. Tenía ganas de beber grandes tragos de ese líquido. Sin embargo prefería que su hijo la aprovechara. Quería que él sobreviviera. Cerró los ojos. Y en su mente pasaban imágenes que había visto en revistas y folletos turísticos sobre la belleza de los desiertos.
Entonces se imaginó esos sitios, en donde a pesar de la falta de agua estaban poblados de vegetación y de animales que se habituaron a vivir en esas condiciones tan difíciles. Grandes extensiones formadas de rocas o dunas de arena con un cielo siempre azul. Se preguntaba por qué lo llamaban desierto si en él sobresalía el altivo saguaro, que se pone vivo y aprovecha cualquier vestigio de humedad para crecer y adornarse con una enorme flor blanca que crece durante la primavera. O el cardón, que no se acostumbra a vivir solo y crece en grandes colonias, muy apretados a pesar de las espinas, con pequeñas flores rojas en lo alto. Y qué decir del espinoso huizache, cuyas flores despiden un agradable aroma. En cuanto a los animales cómo olvidar a las parsimoniosas tortugas, al veloz halcón, o las serpientes de brillantes colores; las impasibles lechuzas, los alegres gorriones, los escandalosos cuervos, los evasivos coyotes y multitud de insectos que sirven de alimento a las extrañas iguanas. Aunque el paisaje estuviera cubierto de rocas, sabía que debajo de ellas habitaban minúsculos animales. Lo mismo pasaba con la arena, en donde se enterraba una diversidad de insectos. En cambio ahora…