London Review of Books
Traducción Gabriel Humberto García Ayala
Cuando un edificio en construcción se derrumbó en George, Sudáfrica, decenas de trabajadores quedaron enterrados bajo los escombros. Delvin Safers, un electricista, quedó atrapado junto a un colega que “ya había fallecido”. Su novia le envió fotografías de su hijo de dos años para animarlo. Sin la luz de su teléfono, todo estaba oscuro. Esa fue la parte más difícil, dijo Safers. “Cuando cierras los ojos, está oscuro, luego los abres, es lo mismo”. Fue liberado después de un par de días, y salió por su propio pie. "Eso fue lo principal", dijo su padre, "cuando vi a mi hijo caminar". Su vida se salvó gracias a los grandes equipos de rescatistas con cascos, perros rastreadores, grúas y camiones que acudieron a su rescate.
En Gaza más de diez mil personas están atrapadas bajo los escombros, según Naciones Unidas. Busco en la red historias personales de rescate. Hay muy pocas. Lo que puede encontrarse son imágenes de cuerpos cubiertos de cemento, alineados afuera de los edificios bombardeados, hombres en pantuflas caminando sobre montones de escombros, excavando con sus propias manos. En un video, un trabajador de Defensa Civil pregunta a su colega con la cabeza descubierta si el niño que lleva bajo el brazo está vivo. “Alabado sea Dios”, dice, mientras un par de ojos jóvenes, atónitos, miran desde el rostro polvoriento. Los niños no tienen nombre. Otros cuerpos están alineados fuera del edificio, también sin nombre. "No sabemos", dice el informe de Al Jazeera, "si la madre que hizo la llamada sobrevivió".
Durante el confinamiento, en 2021, el Centro de Estudios Palestinos de la Universidad de Columbia encargó cuatro obras para radio a dramaturgos palestinos. En el programa titulado “Un niño que pide demasiado”, de Bashar Murkus, un padre y su hijo quedan atrapados bajo los escombros por un bombardeo aéreo. El padre hace un intento inútil de levantar el cemento, luego se concentra en tratar de responder al tranquilo e incesante interrogatorio de su hijo sobre qué sucederá a continuación. “Estaban aquí. Nos quedamos atrapados aquí. Me siento muerto”, dice el hijo, tosiendo levemente mientras pide ayuda una vez más. “Tardarán un tiempo”, dice el padre, “hasta que vuelvan a ayudarnos, hasta que la zona sea segura, cuando no haya bombardeos durante mucho tiempo”.
Según la ONU, podrían ser necesarios hasta tres años para retirar los cuerpos de entre los 37 millones de toneladas de escombros en Gaza, que también está contaminada por artefactos explosivos sin detonar, de los cuales, hasta un diez por ciento, según estiman, "no funcionaron como estaba diseñado'.
El 6 de mayo, Sam Rose de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, estacionado en Rafah, fue entrevistado por Sky News, mientras las fuerzas israelíes avanzaban sobre lo que había sido una pequeña ciudad. "Alrededor de 1.4 millones de personas viven aquí ahora", dijo, "la gente teme lo peor". El ejército israelí había emitido órdenes "que caían del cielo" ordenando a cien mil personas que se fueran, pero no hay ningún lugar seguro para ellos. No hay comida, ni electricidad, ni espacio. "Hemos estado obsesionados durante demasiado tiempo en este conflicto con la aritmética rudimentaria de la llegada de camiones", dijo Rose, "pero es mucho más que eso". Es agua, es atención sanitaria, es saneamiento”.
Era un día soleado. Los estudiantes paseaban, charlaban y pedían a otros que oraran con ellos en el área del campamento. Todo esto continuó mientras se pronunciaban los discursos, hasta que tres mujeres (una técnica, una profesora y una alumna) se presentaron. Hablaron de las mujeres de Gaza que se han visto obligadas a afeitarse el pelo debido a la escasez de agua. Una a una, las tres mujeres se llevaron afeitadoras eléctricas a la cabeza y se las afeitaron, aprisionaban los mechones de pelo entre los dedos antes de dejarlos flotar en el aire del verano. Las mujeres del público se tocaron la cabeza. Aparte de eso, nadie se movió. El picnic cesó. Hubo un completo silencio.
“Ha sido imposible”, dijo Alex Crawford de Sky News en una sala de la Cámara de los Comunes el 21 de mayo, hablando a través de un enlace remoto intermitente desde Cuba, sobre sus dificultades para obtener acceso, como corresponsal internacional, a Gaza desde octubre. “He logrado entrar en algunos de los regímenes más opresivos y autocráticos del mundo”, pero esto estaba más allá, más allá de cualquier deseo. "Nadie ha entrado", dijo, y "no por falta de intentos", detallando las dificultades que había tenido al intentar entrar en Gaza tanto desde Egipto como desde Israel. "Hay un astuto intento de engañar", dijo también, "señalandoque los periodistas palestinos no son periodistas".
“El simple hecho de existir como palestino se considera un acto político”, dijo el periodista iraquí-británico Hind Hassan. Señaló que el Premio Pulitzer no hacía referencia a los “periodistas palestinos”, sólo a los “periodistas y trabajadores de los medios que cubren la guerra en Gaza”.
"Nunca sentimos que los chalecos de prensa fueran una protección para nosotros", dijo Youmna al-Sayed de Al Jazeera. Trabajó en Gaza con Safwat Kahlout. Ahora ambos se han ido. "Trabajamos sin oficina, sin equipo, sin recursos, trabajamos con lo mínimo para seguir adelante", dijo al-Sayed. "Todos los días, cuando dejaba a mis colegas, nos despedíamos como si nunca volveríamos a vernos". Ella considera ofensiva la falta de credibilidad dada a los periodistas palestinos: "Si soy capaz de informar, de escribir un guión, crear una historia... ¿Qué hace que usted, como periodista extranjero, sea más creíble que yo, como periodista palestino?
No podían entender la falta de presión de la industria de la prensa y de los gobiernos para permitir el acceso de los medios extranjeros a Gaza. "Puedes oírlo ahora", dijo Alex Crawford. "Los periodistas palestinos nos quieren allí. Están agotados". Al público británico, añadió, se le estaba negando el acceso a información sobre la "peor zona de guerra del mundo". "Vayan allí, por favor", Kahlout, que ha perdido el 50 por ciento de su audición debido al bombardeo, instó a los parlamentarios, "hagan algo práctico".
Habíamos llegado al Parlamento cuando se filtró la noticia de que Israel se había apoderado del equipo de Associated Press. La denegación de acceso a una zona de guerra "no tiene precedentes", según Fiona O'Brien, directora de Reporteros sin Fronteras (RSF). "Nunca hemos visto algo así", dijo.
Según RSF, más de un centenar de periodistas palestinos han sido asesinados en Gaza desde el 7 de octubre, entre ellos al menos 22 ultimados en el ejercicio de su trabajo. "Nunca antes habíamos estado en una situación como esta", dijo desde la sala un representante del Sindicato Nacional de Periodistas. Se quejaron ante el gobierno cuando ochenta periodistas fueron asesinados y volvieron a plantear la cuestión cuando el número llegó a 96, pero "nos enfrentamos a una intransigencia absoluta".
El 13 de mayo, Ayuda Médica para los Palestinos informó que sólo quedaban dieciséis camas de hospital en Rafah para una población de más de un millón. "Lo que estamos viendo", dijo el 21 de mayo la doctora Rebecca Inglis, médica de cuidados intensivos, "es la destrucción intencionada y sin sentido de equipos médicos en formas para las que no hay posible justificación. ¿Por qué atacan el suministro de agua? ¿Por qué atacan la infraestructura sanitaria? La única justificación es la destrucción muy clara de todo lo necesario para sustentar la vida humana”.
El periodista Bisan Owda tiene 24 años. Desde octubre, su casa en Beit Hanoun y su oficina en Rimal han sido destruidas. Su familia buscó refugio, primero en el hospital de Al Shifa, donde presenció el ataque aéreo y la masacre del 3 de noviembre. Ahora se encuentra en el sur de Gaza. Ha tenido que cortarse gran parte de su abundante y rizado cabello. El 22 de mayo, publicó que le había llevado cuatro horas conseguir una conexión a Internet, pero imploró a sus 4.5 millones de seguidores en Instagram que miraran al norte, a Jenin, donde 1.500 soldados israelíes se acercaban a la ciudad, después de haber matado ya a siete civiles, entre ellos un médico, un profesor y un investigador.