Que la vida de Frida Kahlo fue terrible es algo que, supongo, pocas personas pueden rebatir. Enfermó de polio a los seis años, y sus secuelas la persiguieron por toda su no muy larga vida; no solo eso, en 1925 el autobús donde iba a su casa fue atropellado por un trolebús; la expresión notarrojezca de los “hierros retorcidos” fue en esta situación literal. El resultado fueron columna vertebral fracturada en tres partes, dos costillas, la clavícula rotas, y tres fracturas en la pelvis, además de once fracturas en la pierna derecha y el pie correspondiente dislocado. Ni la medicina ni a fisioterapia de hace tres cuartos de siglo le depararon mucho alivio.
El gran acierto del documental Frida (Gutiérrez, México, 2024) es que logra plasmar precisamente esa faceta de la pintora. Se centra en su obra y en su pensamiento, tal como ella misma se sentía, más que en su enfermiza relación con Diego Rivera, nos hace partícipes de la vida de la comunista (como se declaró al entrar en la Escuela Nacional Preparatoria) que siempre siguió estudiando y aprendiendo oficios, y forjó un nombre en la pintura mundial del siglo XX.
El documental narra una historia muy mexicana, de una joven que se enamora de un señor más viejo y con gran personalidad y reputación, y que durante muchos años su vida queda supeditada a la de él. Así, en el relato común Frida es poco más que un chiste que prospero a la sombra de Rivera. El documental de Gutiérrez muestra que la verdad puede ser mucho más compleja. Frida Kahlo no solo se expresaba artísticamente como pintora, sino tenía ideas y opiniones complejas; nos enseña cómo veía ella al propio Rivera, pero también a Trosky, a André Breton, a Estados Unidos y a México.
Frida es, además, un documental muy bonito. Combina películas e imágenes de época con reinvenciones computarizadas de las pinturas de Kahlo, logrando al mismo tiempo una fuerza visual asombrosa, y un sentimiento de nostalgia muy complejo.