Hay libros cuya lectura nos hace revivir situaciones, sentimientos adormecidos por el tiempo, escenas y situaciones experimentadas en otros momentos y en otros ámbitos, restos de un pasado desaparecido hace mucho, pero imborrables. Uno de esos libros es El cielo prometido y el infierno tan temido, de Carlos Martínez Assad. Seguramente esos sentimientos experimentarán quienes lean el libro y que nacieron en la segunda mitad de los cuarenta y principios de los cincuenta del siglo pasado, que habitaban un México distinto, un México en el que aún se llevaban a cabo múltiples festividades religiosas, una etapa colmada de creencias, prohibiciones y castigos, pero también una época en la que de niños solíamos jugar en las calles, vagabundear en bicicleta, jugar al trompo y a las canicas, y muchas otras diversiones que hacían que el tiempo fuera algo ajeno a nuestra existencia.
En su más reciente libro, Martínez Assad recuerda al niño que fue. Un niño que recuerda sus vivencias en su pueblo natal, Sanajuato (el Cuévano de Jorge Ibargüengoitia). De esta manera hace un recorrido de sus ancestros familiares, describe la casa paterna, sus habitaciones y los cuadros que colgaban de sus paredes, la huerta y sus principales flores y frutos. Junto con el autor recorremos las calles; asistimos a las festividades religiosas, participamos en la misa católica, con sus sermones y advertencias de terribles castigos al que pecara.
Las descripciones son tan vívidas que, por ejemplo, cuando describe el interior del templo en donde se oficiaba la misa, todavía en latín, aspiramos el incienso, escuchamos el tintineo de las campanas anunciando ls distintas etapas de la celebración eucarística, el coro de la iglesia y las voces de las mujeres, que cubiertas con un velo, entonaban también canciones católicas.
“Más me impresionaba, escribió Martínez Assad, escuchar a los grupos de campesinos acompañados de mujeres y niños marchando muy formados hacia la parroquia con cantos de voces desentonadas, chillonas las de las mujeres, agudas las de los niños y roncas las de los varones”.
Aunque nací en la ciudad de México, en el barrio de san Ángel, no fui ajeno a las festividades religiosas, incluida la misa dominical, las peregrinaciones y, sobre todo, mi participación como monaguillo en diversas ocasiones, y miembro del coro en otras, en la iglesia de Nuestra Señora del Carmen. Y no es que mis padres fueran muy católicos. Tuve esas experiencias religiosas durante las temporadas de vacaciones que pasaba felizmente con mis abuelos paternos.
Martínez Assad escribió sobre los retablos, esos cuadros multicolores, con dibujos mal hechos pero “que adquirián vida, relacionados con el pasaje que querían agradecer: la sanación de un mal incurable, la niña que se salvó de la viruela, el que no podía con el mal de orina, el que no podía caminar por la parálisis y después pudo correr.”
Y más adelante confiesa: “Alcancé a preguntarme cómo la gente podía dejar de padecer, por qué los sufrimientos en la tierra eran tan fuertes como los del infierno; no había entre ellos algún justo, un sabio o mártir o guerrero de la fe que lograra encontrar la salvación. ¿Por qué tantos obstáculos para alcanzar el cielo y por qué los aparecidos siempre te conducen al infierno tan temido y no al cielo prometido?
En otra parte del libro, el autor de Libaneses, habla de sus lecturas infantiles, en particular de la revista “Vidas Ejemplares”, que se dedicaba a difundir la vida de los santos y las santas de la iglesia católica, y que en mi caso, mis abuelos me hacían leer, junto con otro libro titulado Héroes de quince años. Mucho después me enteré que la revista citada siempre estuvo vinculada a la Compañía de Jesús y a su casa editorial, la Obra Nacional de la Buena Prensa, que había editado la revista de historietas Chiquitín.
Cabe destacar que la inmensa mayoría de los guiones fueron obra de Javier Peñalosa Calderón, poeta cristiano que perteneció al llamado grupo de los ocho, del que fueron integrantes Rosario Castellanos, Efrén Hernández, Dolores Castro (esposa de Peñalosa y quien también escribió argumentos para "Vidas ejemplares") y Octavio Novaro, poeta, literato, periodista, traductor y maestro, articulista de Excélsior en la época de Julio Scherer, y fundador de la revista Proceso, y uno de los dueños de Editorial Novaro.
De regreso al libro que nos ocupa, vale mucho la pena adentrarse en la lectura de este nuevo libro de Martínez Assad. Algunos recordaremos escenas de nuestra propia infancia, como ya quedó escrito; mientras que los nuevos lectores sabrán cómo era el México de sus padres o de sus abuelos.
¡Levantemos el corazón!