I

El profesor César Labastida Esqueda lee maravillado el ensayo La decadencia de la mentira (Oscar Wilde, 1898):

“Aunque pueda parecer una paradoja –y las paradojas son siempre cosas peligrosas–, no por ello es menos cierto que la Vida imita al arte mucho más de lo que el Arte imita a la vida. […] Un gran artista inventa un tipo, y la Vida trata de copiarlo, de reproducirlo en formato popular, como un editor industrioso. Ni Holbein ni Van Dyck encontraron en Inglaterra lo que nos han dado. Traían sus tipos consigo, y la Vida, con su aguda facultad imitativa, se aplicó a suministrar modelos al maestro. Así lo comprendió el sagaz instinto artístico de los griegos, que en la estancia de la recién casa ponían una estatua de Hermes o de Apolo, para que engendrara hijos tan hermosos como las obras de arte que contemplaba en su éxtasis o su dolor. Sabían que la Vida no sólo gana con el arte espiritualidad, hondura de pensamiento y sentimiento, tumulto o paz para el alma, sino que puede modelarse a sí misma conforme a las líneas y colores del arte. […] En una palabra, la Vida es la mejor discípula del Arte, y la única. ( …) La Naturaleza no es una gran madre que nos haya parido. Es creación nuestra. Es en nuestro cerebro donde cobra vida. Las cosas son porque las vemos, y lo que veamos, y cómo lo veamos, depende de las Artes que hayan influido. Mirar una cosa es muy distinto de verla. Nada se ve mientras no se ve su belleza. Entonces, y sólo entonces, adquiere existencia. En la actualidad, la gente ve nieblas, no porque haya nieblas, sino porque poetas y pintores le han enseñado la belleza misteriosa de tales efectos. Podrá haber habido nieblas en Londres desde hace siglos. Seguramente las hubo. Pero nadie las veía, y por lo tanto nada sabemos de ellas. No existieron hasta que el Arte las inventó.”

César se queda de una pieza, pensando en las repercusiones de las invenciones artísticas que sigue generando en la vida.

II

A propósito del arte, César Labastida Esqueda se conoce casi de memoria algunas películas y escenas emblemáticas, porque le encantan y han modificado su vida; le han ayudado a vivirla. Por ejemplo:

Exterior. Noche. Hospital.

Es temporada navideña dado que, en la puerta del hospital, existe un pino con luces, esferas y otros adornos de esa temporada, Frena un taxi amarillo – de esos que se usaron por décadas en la ciudad de Nueva York─ justo enfrente del hospital. Desciende Michael Corleone, el hijo menor de Don Vito Corleone, el héroe de guerra:

Interior. Noche. Hospital.

Michel recorre los pasillos del hospital y, poco a poco se da cuenta que no hay gente: no hay médicos, recepcionistas, enfermeras o enfermos. Pero sobre todo no hay guardias que velen por la vida de su padre, que está internado después de haber sido atacado en la calle por sus enemigos. Se recupera de la extracción de balas en su cuerpo.

Interior. Noche. Cuarto de Vito Corleone

Michael llega hasta el cuarto marcado con un 2. Ahí encuentra a su padre convaleciente y solo. Llega una enfermera que le dice que no es hora de visitas. Michel le explica quién es su padre. Habla por teléfono con Sonny, su hermano mayor y le explica la situación. Sonny le dice que va a mandar gente.

Con la ayuda de enfermera, Michel decide cambiar a su padre de habitación. Intuye que lo buscarán para matar. En el silencio del hospital, se escuchan unos pasos que suben por la escalera. Es Enzo, el panadero y amigo de su padre. Michael le explica y le sugiere que se vaya. Enzo decide quedarse.

Exterior. Noche. Puerta del hospital

Michel tira las flores que Enzo llevaba a su padre. Levanta el cuello del abrigo del panadero cubriendo su cara y hace lo mismo con su gabán. Simulan ser guardias con las manos en los bolsillos. Se escucha el freno de un auto...

La escena tiene una duración de poco más de 8 minutos, pero es determinante en la trama de la película El Padrino (Coppola F. F. EUA, 1972). También ha sido determinante en la vida de César Labastida.

César la recuerda porque muchas veces él ha tenido que jugar un rol que no le tocaba, colocado en un lugar equivocado en la trama de la vida, y que ante las circunstancias no tuvo más remedio que asumir: dar una clase que no le correspondía dar, debido a la renuncia de un maestro el día anterior; ocupar un trabajo que no deseaba; ayudar a un vecino en circunstancias difíciles; apoyar moralmente una investigación de un tema que desconoce por completo; colaborar cuidando un familiar enfermo; cuidar un bebe sin saber cómo, entre otras situaciones.

En esas circunstancias se siente como Michael Corleone representando a un guardia que cuida, sin deberla, a su padre; con frio, el cuello subido del abrigo, desarmado y a punto de recibir un puñetazo por parte del jefe de la policía. Lo que César le agradece a la cinta es haberse anticipado como lección de vida a hechos que él ha vivido, pero que pasaron primero en un filme. Wilde le recuerda: la vida imita al arte.

III

El profesor César Labastida, en su pequeño estudio rodeado de libros, deja el texto de Oscar Wilde y piensa, tomando el segundo té de manzanilla, hablando en voz alta y gesticulando como si grabara un video de Tik Tok:

─¿En serio la vida imita al arte y no al revés? ¿Qué es lo que veo en una versión de cine que dice estar basada en hechos reales? ¿La recuperación de un suceso pasado a una narrativa y lenguaje cinematográfico? ¿Se trata de la forma irrepetible que un autor –y guionistas, productores, fotógrafos, actores, etc.─ pudieron relatar de un acontecimiento? ¿La recreación con argumentos y evidencias de algo que paso en la realidad es Otra realidad o la realidad misma? ¿Es la versión definitiva de la realidad o la más contundente y eficientemente contada? Pongamos un solo ejemplo ─continua César hablando en voz alta y actuando frente a una simbólica grabación: ─la novela El adversario de Emmanuel Carrère recupera novelísticamente la terrible tragedia sucedida el 9 de enero de 1993 en la que Jean Claude Romand asesina a toda su familia después de haberles mentido infinidad de veces sobre su vida. Jean Claude aseguró por años ser funcionario de la Organización Mundial de la Salud y ganar muy buen dinero, cuando todo ello era falso. Él intentará suicidarse después de la masacre, sin lograrlo. Ante este hecho, queridos espectadores ─continúa actuando en forma histriónica el profesor Labastida, ─hay por lo menos tres versiones cinematográficas, distintas todas ellas de alta calidad, que intentan recuperar el acontecimiento: la multipremiada El empleo del tiempo o Tiempo de mentir (Cantet L, Francia, 2001); El adversario (García N, Francia, 2002), con Daniel Auteuil como actor protagónico; y La vida de nadie (Cortés, E. España, 2002) con varios cambios en la trama, ubicada en la España de principios del siglo XXI. De las tres puestas en escena, ¿qué versión deberemos creer como cinéfilos o simples mortales? ¿La que nos guste más, la más apegada a los hechos o la mejor realizada? ¿En qué espejo del arte o de la vida nos deberemos asomar?

Después de pronunciar enfáticamente la última pregunta y levantando los brazos en actitud de misericordia, César Labastida guarda un elocuente silencio. Imagina la falsa escena de grabación y escucha un imaginario realizador gritando: “¡Corte y queda!”