Desde Bolonia
Como un novísimo parteaguas entre apocalípticos e integrados, entre quienes alzan la voz de "hagamos algo ya por protegernos ante esto" y quienes no ven otra chance que adaptarse a lo que aparece como "oportunidad", el debate por el uso de la Inteligencia Artificial en la creación de libros atravesó muchas de las mesas y conversaciones de la Feria del Libro Infantil de Bolonia. Aunque muy incipiente, la cuestión amenaza transformar el oficio de editores, escritores y dibujantes, aunque tratándose esta de una feria muy centrada en la imagen y en el libro álbum, es en la ilustración donde se enfocaron principalmente las dudas, posturas y activismos, que pueden resumirse en una pregunta: ¿es la inteligencia artificial la muerte del arte?
En la Argentina al tema lo popularizó Eduardo Feinmann preguntándole en vivo al chat GPT por el kirchnerismo, pero en el mundo de los libros y la ilustración la cosa asume seriedad. "No al estímulo de tecnologías que violan el derecho de autor de los artistas", dice la campaña de la Asociación de Dibujantes Argentinos (ADA), que recientemente repudió que dos museos de Bahía Blanca, y luego el Premio Itaú de Artes Visuales, incorporaran la categoría "Inteligencia Artificial". También se manifestaron en contra de campañas gráficas hechas co IA, como las de Renault y Quilmes. Aquí en Italia y en toda Europa el tema adquiere la forma de un activismo de las distintas asociaciones de ilustradores que podría sintetizarse en la misma postura: no en contra de la tecnología en sí, sino de que las empresas las usen para abaratar costos, sin pagar por derechos de autor. Es decir, la parte humana que "alimenta" a las IA, entre millones de millones de datos.
Como quedó planteado en las mesas debate de Bolonia --y en las acaloradas conversaciones que se extendían en los stands de editoriales y asociaciones de dibujantes-- el tema abre más de una complejidad: ¿cómo es posible verificar, y luego certificar, esa autoría intelectual entre millones de imágenes lanzadas al mar de la big data? ¿Hasta dónde llega esa autoría humana en cada nueva imagen creada por la IA, en una combinación única y diferente cada vez? Y más aún: ¿hasta dónde es una creación absoluta del artista esa obra inicial, que también puede haber tomado partecitas de fotos, carteles, obras visuales previas para crear la suya propia, incluso logradas a su vez por inteligencia artificial?
¿Qué cazzo es?
¿AI? ¿Ma che cazzo e quello? Tratándose de una tecnología tan nuevísima, esta pregunta también apareció en la Feria de Bolonia. Las campañas de las asociaciones de ilustradores incluyen la necesidad de explicar, además de crear conciencia.
Detallan, entonces, que empresas como OpenIA presentaron hace pocos meses inteligencia artificial como la de de ChatGPT (Generative Pre-trained Transformer), una tecnología "entrenada" para mantener conversaciones y brindar respuestas en base al cruce de millones y millones de datos, y que va "aprendiendo" a medida que es usada. De modo que se le puede pedir desde una traducción o una respuesta simple, hasta que cree una imagen o un relato en base a cualquier cosa que se le pida: temas, géneros, personajes, estilos, épocas.
En esta feria se vieron los impactantes resultados en una masterclass que dio el emprendedor tech Julien Palier, CEO de la empresa Aily Labs. El primer experimento simple fue pedirle al algoritmo: quiero un dibujo como el del Principito y el zorro, pero en el estilo del pintor cuatrocentrista Fra Angelico (el autor de la célebre La anunciación). Y luego en el de Arthur Rackham (el ilustrador de los cuentos de los Hermanos Grimm, entre otros). Y así siguió pasando por épocas y estilos. Dio click y obtuvo imágenes de un desarrollo sorprendente.
Luego puso la búsqueda: "Imagina a una joven princesa sola y rodeada de calaveras en su castillo, buscando a un extraño loro parlante, en el estilo de un libro ilustrado para niños". La IA arrojó una serie de dibujos que podrían ser, perfectamente, parte de un libro álbum. Incluso sumó una búsqueda con fotografías. Todo tomó solo algunos segundos. No hubo ser humano alguno "imaginando", involucrado en el proceso de creación.
Un problema legal
El problema es que las sorprendentes imágenes que logra este super programa de algoritmos sí toman como insumo creaciones humanas, para sus bases de datos y su entrenamiento. Y lo hacen sin la aprobación de los autores de esas obras. "Claramente es una apropación ilegal", se plantó Flavio Rosati, presidente de Autore di Imaggini, en otro de los paneles de esta misma feria. Y propuso dos preguntas: ¿Quién es el artista? ¿Quién se queda con el dinero?
"Nunca en la historia de la humanidad hemos visto tanta producción gráfica como hoy. Crear imágenes lleva mucho trabajo, mucha inversión en formación. Lleva años encontrar un lugar en la industria. La Inteligencia Artificial toma todo ese trabajo, esos años de capacitación y carrera, sin pagar por eso", pantea Lorenzo Ceccotti, expresidente del Foro Europeo de Ilustradores. "Es importante que nosotros mismos comprendamos todo el valor que hay detrás de nuestro trabajo. Porque somos individuos aceptando condiciones o intentando negociar con empresas editoras. Que, por supuesto, quieren hacer negocios y reducir costos".
"Necesitamos actuar ahora", enfatiza Lorenzo Ceccotti, que se presenta como "activista por los derechos de los ilustradores". Describe el trabajo en red que vienen haciendo con asociaciones europeas y estudios de abogados internacionales, las reuniones con los gobiernos. El gran problema actual: la falta de legislación, el vacío legal para la protección de esos derechos. Y una de las soluciones por las que abogan: la "certificación" de la obra artística. Algo así como el logo "esto fue hecho por un humano". La IA podrá seguir tomando esas imágenes (imposible evitarlo), la diferencia es que pasará a ser ilegal. El costo que implica esa certificación debería ser asumido por las empresas de IA.
También propone "que cada artista pueda decidir si dar o no sus datos sin licencia para la IA, pero que haya un consentimiento". Y no al revés, como ocurre ahora: la IA toma todo por default, y luego vienen las batallas legales que ya están empezando a aparecer. En Estados Unidos ya hay demandas contra las firmas Stable Diffusion, Midjourney y DeviantArt, por haber copiado y procesado millones de imágenes que está protegidas por copyright para entrenar sus modelos de IA.
La turca Nurgul Senefe, fundadora de Illustrators Platform, se presenta como "arquitecta del futuro". La suya es una visión del todo integrada. Plantea, en síntesis, que muy pronto será imposible discernir qué es humano y qué no lo es. Acuerda en la necesidad de leyes a favor de los artistas y no de la industria, pero invierte la carga: "mejor que estar en contra, es estar preparados para lo que, de un modo u otro, vendrá", propone. "¿Qué los trajo hasta aquí, el miedo, el entusiasmo, la aceptación? ¿Ven que no hay futuro o ven una oportunidad?", les preguntó a los ilustradores que llenaban la sala, muchos de los cuales probablemente vieron la masterclass anterior.
Al otro lado del océano, el manifiesto que está difundiendo por estos días la Asociación de Dibujantes Argentinos aclara: "no estamos en contra de la aparición de nuevas tecnologías, simplemente no convalidamos su difusión por su mal uso". "Las generaciones derivadas del uso de IAs dan en miles y miles de plagios voluntarios, pero lo que es aún más alarmante, también produce plagios involuntarios de los propios usuarios del machine learning, es decir: plagios automáticos generados por el software mismo", señala. Rechaza esta nueva tecnología, entonces, "hasta que no esté debidamente legislada".
El futuro es hoy
Mientras esto sucede y la discusión de las asociaciones de ilustradores se extiende fuera de la sala porque hay que desalojar para la próxima charla, en esta misma feria, a solo metros, hay stands como el de PEA Italy, una empresa de Torino que vende un programa para "escribir historias" con inteligencia artificial: se introducen fotos que crean palabras claves, el software devuelve un cuento corto. El sistema va aprendiendo y "la experiencia se va mejorando". También los datos de quienes usan esta tecnología (en este caso, niños y niñas), sus gustos, búsquedas y posibles consumos, se van almacenando y pueden ser procesados por la empresa que compró el programa.
No es muy lejano pensar que cualquier editor o editora puede estar, en este mismo momento y en cualquier lugar del mundo, obviando el proceso que en buena medida le da sentido a esta enorme feria que congrega exclusivamente a profesionales del libro infantil: descubrir nuevos autores e ilustradores, pensar historias nuevas, conocer tendencias y estilos, vender y comprar derechos para dar a conocer títulos y autores en otros países. Un fabuloso intercambio creativo que da forma a esta industria editorial que hasta hoy tiene a la diversidad y la búsqueda artística como motores potentes.
Ese editor o editora podría, simplemente, pedir a un programa de inteligencia artificial: Quiero una historia de una niña (porque el protagonismo de mujeres vende), que viva aventuras que muestren su valentía (porque debe estar empoderada), que transcurra en un lugar muy lejano (porque el exotismo vende), y con naturaleza alrededor (porque hay que ser ecológicos). Lo mismo con las imágenes: Quiero un estilo con determinadas características, trazos, colores (que hayan probado su eficacia). Que luzca luminoso, o lúgubre, o humorístico, que siga las reglas del nonsense, que imite a Miguel Angel, a Picasso, a Bansky, a Fontanarrosa.
Un paso más: como las IA "aprenden", se irán perfeccionado. También en lo que los usuarios o lectores demandan, en lo más buscado. ¿Llegará el día en que los libros se estanquen repitiendo las mismas cosas, como una serpiente que se muerde la cola de lo que piden las mayorías, cuyos gustos a su vez se fueron formando con lo que se les ofreció, en base a la big data?
En Amazon ya se venden más de 200 títulos hechos completa o parcialmente con IA. Uno es Brave Little Girl: Magda, un libro infantil que "cuenta la historia de una niñita valiente en la selva de México".
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