Mar impetuoso, mar tranquilo, mar finito, mar infinito. El mar como alternancia de creación y destrucción. El desmesurado mar omnipotente. El mar como un marco propicio para esta novela de Alessandro Baricco. Y como complemento, siete personajes que se refugian en la posada Almayer, entre ellos un escritor que escribe cartas de amor a una futura amante que aún no conoce. Un doctor que resucitaba a los muertos, “a gente que estaba con un pie en el otro barrio, en las últimas de verdad, y él los había rescatado del infierno y devuelto a la vida…”
También se refugia el capitán de un barco que encalló en un banco de arena. Para salvarse los viajeros construyeron una balsa, escenario que se convierte en una suerte de expiación, en donde surge lo peor de la especie humana. Peleas, asesinatos y al final silencio en la balsa y a su alrededor. “Ya nadie se queja. Los muertos están muertos, los vivos esperan y basta. Ni plegarias, ni gritos ni nada. El mar danza, pero lentamente, parece una despedida, en voz baja”.
Y mientras tanto la creencia de que el mar aplacará las pasiones y estimulará el sentido ético. ¿Dónde empieza el final del mar? ¿A qué nos referimos cuando decimos mar? , se pregunta uno de los personajes. Otro contesta: “el terrible mar, regazo de corrupción y muerte. Pero eso no importa, porque “sería hermoso si para cada mar que nos espera, hubiera un río para nosotros. Y alguien –un padre, un amor, alguien-capaz de cogernos de la mano y encontrar ese río –imaginarlo, inventarlo- y de depositarnos sobre su corriente, con la ligereza de una sola palabra, adiós.”
Y continúa el hilo conductor de la novela: el mar encanta, el mar mata, el mar conmueve, el mar asusta y hace reír. Y el mar tiene ojos que son los barcos.
La pensión Almayer convertida en refugio, confesionario y escudo protector contra la violencia del mar. Siete habitaciones que se convierten en capullos, bajo los cuales medran las pasiones, los deseos insatisfechos de siete personas. Entre ellas el ya citado capitán del barco hundido, uno de los sobrevivientes en el vientre del mar.
Está el sacerdote que llegó a la posada, aunque supiese que no es un sitio completamente sano, “dada la peligrosa cercanía del mar”, y que no obstante era un lugar increíble, hermoso y pacífico, en donde se despojó de su hábito negro y triste para elegir un camino cualquiera que lo llevara a la redención.
La bella mujer que le escribe a su amado desde la posada, a la que retrata como “un lugar donde te despides de ti mismo. Lo que eres se va desprendiendo poco a poco, hasta convertirte en nada, en alguien que nunca existió. Y dejas todo atrás, paso a paso, en esta orilla que no conoce el tiempo y que vive un único día, siempre el mismo.”
Un de los personajes mejor logrados en esta novela es el profesor Ismael Bartleboom. Su historia es una tragicomedia, plena de sarcasmo e imaginación: “Bartleboom está allí, con su prometida, una tal Maria Luigia Severina Hohenheith, una mujer hermosa, sin duda, pero del tipo palco de ópera, no sé si me explico. Pura fachada, vamos. Te entraban ganas de darle vuelta para ver si había algo detrás del maquillaje y la grandilocuencia y todo lo demás”.
En Bartleboom, Baricco transmite la tristeza por la desaparición de personas entrañables: “No sé. Hay gente que se muere y, con todos los respetos, no se pierde nada. Pero él era de los que, cuando ya no están, lo notas. Como si el mundo entero, de un día para otro, se hiciera un poco más pesado. A lo mejor este planeta, y todo lo que hay en él, flota en el aire sólo porque hay muchos Bartleboom por ahí, ocupados en mantenerlo en su sitio”.