Pensaba en su situación, en la que jamás se imaginó estar. Postergó mucho tiempo su decisión, hasta que finalmente no le quedó otra opción. Ahora viviría de las dádivas. Buscó empleo durante muchos meses. En diversas ocasiones le negaban algún puesto debido a su edad. Otras, no aceptaba debido a lo escaso de la paga. En una ocasión le publicaron una traducción en la sección cultural de un diario de circulación nacional. Pensó que había llegado su momento estelar que tanto había buscado. No fue así. Envió diversos artículos a ese mismo periódico. No le publicaron nada. Tal vez carecían de la suficiente calidad. O tal vez porque no pertenecía a grupo alguno que lo apoyara. Buscó la ayuda de amigos y conocidos. Nunca llegó. Así que tuvo que aceptar el consejo de un amigo. Desempeñarse como empacador en un supermercado. Ahora consideraba este hecho como un golpe a su vanidad; creía que merecía un buen puesto debido a su preparación académica y a su experiencia y que los empleadores se pelearían por tenerlo en sus filas.
El primer día en su nueva ocupación como empacador fue deprimente. No obstante trató de superar ese y los días siguientes. Así que en ese estado de frustración y desesperación transcurrieron las semanas, que después se convirtieron en meses. Uno de esos días en que esperaba la llegada de algún cliente, una mirada lo sacó de sus reflexiones. Era la de una cajera que le sonreía. Él solo acertó a levantar las cejas a modo de saludo. Y entonces sintió esa extraña y deliciosa turbación cuando en su juventud cruzaba miradas con alguna chica. Revivió la emoción de nuevas caricias, nuevos besos, nuevos sitios, nuevas humedades, nuevas conversaciones. Ella tendría unos sesenta años, alta delgada, ojos muy expresivos y un rostro que, a pesar de la edad, lucía muy bello.
Quiso hablar con ella, pero allí es casi imposible hacerlo. Siempre hay un cliente. Además las supervisoras les prohíben distraerse en pláticas. A pesar de todo, un día decidió hablar con ella como fuera. La buscó en cuanto llegó. No la vio ese día ni los posteriores. Investigó discretamente y se enteró que le habían asignado el turno de la mañana. Volvió a verla después de siete días.
Varias ocasiones la sorprendió buscando su mirada. Lo hacía como lo hacen las mujeres suelen hacerlo, con coquetería. Finalmente un día se armó de valor y la invitó a desayunar. Su alegría fue mayúscula cuando aceptó. Ese día vistió su mejor ropa. Se perfumó y se dirigió al lugar de la cita. Después de esperarla veinte minutos llegó una mesera a entregarle una nota. Era de su invitada. En ella le decía: ”Agradezco tu invitación pero no quiero que te ilusiones conmigo, tengo otra relación”.
Por la tarde de ese mismo día la buscó por toda la tienda. Ni sus luces. Preguntó por ella a una de las cajeras. Le dijo que había renunciado.