Dedicado a la Unidad de Neonatos del Hospital Infantil de Zaragoza (España).
Cuando nace un niño, su vida aún nueva mantiene intactas todas las promesas, todas las esperanzas. Los familiares que contemplan a un recién nacido desearían ser murallas protectoras contra la enfermedad y el sufrimiento, quisieran evitar al nuevo huésped del mundo cualquier roce con la desgracia. Hay un antiguo mito griego que habla de ese apasionado afán de protección. En su infancia, Aquiles fue llevado por su madre Tetis en un arriesgado viaje hasta el río del Más Allá, porque sus aguas tenían el poder de volver invulnerables a quienes se bañaban en ellas. Tras afrontar todos los peligros, Tetis sumergió al pequeño Aquiles en la corriente mágica sosteniéndolo por el talón y, sin darse cuenta, impidió que las aguas milagrosas tocasen esa parte de su cuerpo. Años después, en la guerra de Troya, Aquiles murió herido por una flecha en su único punto débil. Desde entonces, el talón de Aquiles se ha convertido en el símbolo de la secreta flaqueza que cada uno posee, símbolo también del imposible sueño de ser invulnerables.
Hoy el sueño protector de Tetis lo hacen realidad los investigadores y profesionales médicos que logran salvar a tantos niños heridos por la flecha de la enfermedad. Este grupo anónimo de salvadores cotidianos protege y sana a los más frágiles, su ciencia y su humanidad son un vendaje para nuestro daño. Por eso, en tiempos turbulentos que sacan a la luz los talones de Aquiles y cheques sin fondos de la política y la economía, ellos son un talón siempre fiable.