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Jueves, Mayo 02, 2024

Mi abuelo materno, mis padres, mis tías, mis hermanos, primos, incluso sobrinos son o fueron maestros. No toda la familia, pero si hay alguna identidad, esa es la del magisterio.

De ahí, muchos seguimos otros estudios, pero la huella que nos marcó el magisterio es tan indeleble como difícil de cargar. Algunos abrazamos el normalismo y otros se convirtieron en maestros tanto en el nivel básico como en el superior sin contar con la formación normalista; es decir, maestros y maestras hasta por destino si me permiten utilizar esta palabra cargada de magia. Porque el magisterio es magia que se traduce en sentidos, oportunidades de trascender y de comunicar experiencias de transmitir experiencias y de resignificar la realidad. Mi familia Ortega, principalmente, así como la Villegas y todas las demás que se han agregado por matrimonios entre maestros y maestras; mi familia en extenso, pues, es heredera de una larga tradición y prosapia que se remonta al siglo XIX. Por eso digo que no es fácil, que conlleva una gran responsabilidad. Cuando pienso en ello la sensación es ambigua: hay una fortaleza por saberme heredero de esa vocación y, al mismo tiempo, una gran carga existencial que me compromete y me empuja a ser mejor o, al menos, a proyectar mi labor a la luz de tan vastos y excelentes maestros que me han antecedido y los que siguen brillando con luz propia.

Directoras, supervisoras, maestras de primaria, de secundaria, de bachillerato, jefes de proyectos, maestros universitarios y politécnicos.., hasta una primaria de Tlalpan lleva el nombre de mi abuelo: Profesor Abel Ortega Flores.  Y no, no es presunción, simplemente es consignar una parte o un ángulo muy personal de lo que es y ha sido mi familia en el magisterio. Hay que hacerlo, porque la historia, de la educación en este caso, no se reduce al grupo de notables amparados en el poder ni a las grandes luminarias que en la pedagogía han inscrito sus nombres con letras de oro. Historias como las de mi familia puede haber varias, pero no siempre se reconocen ni se aprecian. Es momento de rescatar esas historias, parte de ellas, por ello me permito contarles esto:

Nacer en una familia de maestros pareciera que representaba un sello, un destino, ¿una vocación? No necesariamente. Siempre estuve orgulloso de mi familia de maestros, pero no fue el primer impulso vocacional que me llamó. Entré a la normal un tanto convencido por mi mamá. En el trayecto de mi formación y mis primeros años de servicio me mostraron que no había equivocado la ruta, sino, por el contrario, que ese era un lugar de privilegio: saber que la labor personal que el trabajo de uno significa más que enseñar; implica comprender la realidad, aproximarse y conectarse con las almas infantiles y juveniles. Y en ese trance uno coadyuva a la transformación de la realidad o la continuidad: he ahí la responsabilidad e importancia de nuestra tarea. No trabaja uno con máquinas sino con entes pensantes, sintientes, llenos de emoción, pena, alegría, historia, expectativa. Contextos diversos, estudiantes inquietos, llenos de vida que uno no debe entorpecer sino favorecer su desarrollo.

Abel Ortega Flores, mi abuelo, maestro y político que entregó su mejores años a su comunidades y muy en particular a la gente de su pueblo en la que tuvo un gran impacto, pues desde su posición política ayudó a que varios lugareños de San Pedro Mártir, Tlalpan, accedieran a terrenos con los que pidieron mejorar sus condiciones de vida.

Tuve una tía abuela, la profesora Esther Ortega Flores cuyo nacionalismo, juarismo y amor por el normalismo se convirtieron en una especie de mística que no siempre comprendí del todo en mi niñez, pero que al paso del tiempo entendí que representaban valores decimonónicos sobre los que se construyó gran parte de la identidad nacional, para bien o para mal, según la lente con que se observe.  Sabía náhuatl y era una mujer adelantada a su época con una cultura y formación que le permitieron ser profesora de historia y de lengua y  literatura. Una especie de albacea cultural de la familia que intentó, siempre, promover los valores laicos y nacionalistas. Aprovechaba cualquier oportunidad para mostrarnos de dónde veníamos, quiénes éramos y qué valores había que promover y practicar. Muy recta, enérgica, sui generis. Vivió muchos años con nosotros y tuve la oportunidad de aprender cosas aunque, ciertamente, tardé en entrar en ese proceso de anamnesis platónica,  vital para recuperar mi memoria cultural.

Mi madre, la profesora Bertha Ortega Rodríguez, fue maestra de primaria, directora y supervisora. Con su sensibilidad natural, dio clases toda la vida, aun cuando ya no estaba frente a grupo porque como directiva entendía y escuchaba las voces de los maestros y maestras. Un ser humano siempre irá por delante de un gran profesional;  es cuestión de magnitudes. Lo segundo cabe en lo primero, no a la inversa.  Fue mi mejor maestra, mi maestra que me inculcó la responsabilidad, la tolerancia, la paz, el diálogo como fuente para la solución a cualquier problema. En vida tuvo muchos homenajes, poemas, reconocimientos de los maestros que trabajaron con ella. En su homenaje póstumo pusieron una placa alusiva en una de las escuelas en donde fue supervisora. A pesar de su precaria salud, nunca dejó de trabajar y murió en servicio a los cincuenta y nueve años de edad. Es mi mejor ejemplo de resiliencia, humildad, entrega y amor por la vida, su familia y sus semejantes. Una gran profesora, un mejor ser humano.

Mi padre, Timoteo Villegas Olivares. Llegó a la gran ciudad, de su pueblo enclavado en la huasteca hidalguense a estudiar la Normal. Siempre fue maestro de quinto y sexto grados. Hombre responsable que transmitió la responsabilidad a sus estudiantes durante muchos años hasta que tuvo que jubilarse por problemas de salud.

María Guadalupe Ortiz Martínez, mi esposa. Hermoso ser humano que dedicó parte de su vida profesional a la educación de niños, niñas y adolescentes en primarias y secundarias en la especialidad de matemáticas. En primarias fue parte algunos años de proyectos de lecto – escritura que le valió el reconocimiento de autoridades, maestros, compañeros y niños. Siempre a mi lado auxiliando mi labor e impulsándome en momentos de incertidumbre profesional.

Mis hermanos José Abel Ramírez Ortega y Raúl Villegas Ortega, dos grandes maestros normalistas.

Pepe fue maestro de primaria, secundaria, bachillerato y Normal Superior. Siempre se distinguió por su carácter afable y su gran capacidad para comunicar y resolver problemas, cualidades  que lo llevaron a las lides sindicales donde tuvo la sapiencia para mediar o resolver problemas con grupos antagónicos. Su gran don de gentes lo hacía un líder natural que enseñó dentro y fuera de las aulas. El eros pedagógico se expresa de muchas maneras no solo con un programa o ante un grupo de estudiantes en un aula.  Pepe, partió hace algunos años al descanso eterno.

Raúl, dio clases en primaria y de historia en secundarias. Abogado por la UAM dio clases en su alma mater y durante muchos años en la Universidad Pedagógica Nacional de la que fue fundador y sigue siendo maestro;  ha recibido reconocimientos por parte de las autoridades y de los estudiantes. Hombre recto, profesional, con el carácter reservado de mi padre, con una gran cultura. Siempre he admirado  su disciplina, su responsabilidad y su talento. Tiene cincuenta y seis años de servicio. No es poca cosa. Gran persona y maestro.

Ofelia Ortega Rodríguez. Maestra normalista, hermana de mi madre. Mi tía Titis dio clases en primaria y fue directora. Todo lo hizo con solvencia, energía y responsabilidad. Su carácter firme no reñía con su capacidad para integrar a los grupos humanos, destacando la familia en ese sentido. Pero donde literalmente llevó la luz a sus estudiantes fue en su ejemplar labor como maestra de la antigua Escuela para invidentes. Era impresionante el cariño y el apego que le tenían sus estudiantes quienes la visitaban en su casa y departían con la familia.

Colimba Villegas Olivares, hermana de mi padre que dedicó muchos años de la docencia en secundarias, en la materia de español. Fue directora gran parte de su trayectoria en la secundaria 41 enclavada en Balbuena. Un gran ser humano y maestra.

María Juárez Sánchez, esposa de mi tío Joel Ortega. Ella me enseñó las primeras letras. De una manera tan buena que, desde entonces nunca he tenido problemas para expresarme ni problemas ortográficos. Es el mejor tributo que le puedo rendir. Me enseñó con su buen carácter,  y con la mejor pedagogía que puede haber: con el corazón y la sonrisa franca. Sentirse bien tratado es vital en los primeros años de primaria y, tal vez, en toda la vida.

Sandra Luz Ortega García, mi prima, profesora de primaria, egresada de la Nacional de Maestros,  que con su gran corazón y vocación creció personal y profesionalmente para beneficio de michas generaciones de niños y niñas mexicanas.

Irma Esther Natharén Ortega, mi prima. Cuya trayectoria magisterial me hace recordar a mi madre por esa gran capacidad para resolver problemas y establecer relaciones de trabajo cordiales, sobre todo cuando fue directiva, como Supervisora o Directora de primaria. El personal docente siempre la vio como una amiga y tejió redes de amistad perdurables hasta sus últimos días de vida. 

César Manlio Natharén Ortega, el Ches, mi primo. Hace pocos años partió, pero dejó una huella indeleble entre quienes lo conocimos y aprendimos de él su sapiencia matemática y su don de gentes. Se destacó en labores sindicales y en la Comisión Nacional Mixta de Escalafón. Lo llegué a visitar cuando era maestro por los rumbos de Tacuba, para que me regularizara en matemáticas. Honor a quien honor merece.

Juan Manuel Natharén Ortega, mi primo normalista,  que también es abogado por la UNAM. Tuvo una vida magisterial inspirada en sus grandes maestros de la Normal y de la vida, como mi tía Esther y su madre Ofelia. Hombre de vasta cultura que fue maestro de primarias, director y jefe de proyectos en la Dirección 5 de Primarias. El don de la palabra, la pedagogía  y la cultura  lo acompañaron siempre en sus clases para beneficio de sus estudiantes.  

Joel Ortega Juárez. No es normalista, pero dio clases en la UNAM. Economista de profesión pero polemista por naturaleza llenó sus clases de sentido político, contexto y crítica social. Sus clases de historia en el CCH Sur debieron ser toda una odisea para los chavos por su capacidad para charlar la historia, los hechos presentes, la memoria viva pero no siempre resuelta.

Cristina Ortega Juárez. Normalista. Dio clases en primaria y de biología en secundaria. Su carácter afable la aproximó a sus estudiantes. Ese es, muchas veces, el primer puente para educar. Mucho de ese talante le venía de su mamá María Juárez y de otros maestros y maestras de la familia.

Carlos Ortega Juárez, mi primo. Normalista y arquitecto por la UNAM. Trabajó en  primarias y en bachillerato. Hombre responsable que dedicó muchos años de su vida al CONALEP del que fue Director del plantel más grande. En este pudo consolidar su carrera y proyectarse solventemente en la administración, dirección y gestión educativa. Recientemente partió a otra dimensión.

César Ortega Juárez, mi primo,  normalista y politécnico de cepa. Un gran maestro de matemáticas que trabajó en diversos niveles, consagrando gran parte de su vida a su trabajo en la Escuela Superior de Ingeniería y Arquitectura (ESIA) del politécnico donde sigue haciendo pensar a sus estudiantes. Tiene cincuenta y cuatro años de servicio docente.

Alma Deifilia Beltrán Torres. Mi cuñada. Maestra y directora de primarias que trabajó durante muchos años en escuelas públicas, llevando la letra a los niños y niñas mexicanas.  Su carácter firme sirvió para forjar la conducta de muchos estudiantes.

Irma Morales. Esposa de mi primo César Manlio. Gran maestra y mejor ser humano que consagró su vida al magisterio y a su familia. Trabajó por varios rumbos, particularmente por Tacuba, en una escuela primaria que la recuerda con cariño y reconocimiento a su enorme labor profesional.

Jorge Alonso Cabrera, esposo de mi prima Irma que fue maestro de matemáticas y de dibujo técnico. Destacó en su labor editorial en cuya empresa se elaboraron varios libros de texto para secundarias. Antes de que muriera en un accidente, me había invitado para ser parte de un equipo para elaborar libros de ciencias sociales de secundaria. Mi agradecimiento por siempre a él.

Teresa Alcántara. Esposa de mi primo Juan Manuel. Con él hizo una gran mancuerna familiar y profesional destacada en la educación de muchos niños y niñas mexicanas.  Su amor por la vida se tradujo en amor por el magisterio.

Celsa Maldonado y Vicente Morales. Suegros  de mi primo César Natharén.  Celsa, maestra de la vieja escuela que enseñó a miles de niños a leer y escribir por más de sesenta años. Nunca quiso ser directora y sus años de servicio siempre fueron consagrados a primero y segundo año de primaria. Qué ejemplo tan grandioso. Maestra de pies a cabeza. Íntegra y responsable. Vicente, hombre recto, profesor que dedicó varios años de su vida a educar a la niñez mexicana. 

Hay muchos más jóvenes, sobrinos y sobrinas, principalmente que dedican  o han dedicado su vida profesional al magisterio en educación básica y superior. Menciono a algunos de ellos y ellas: Axayácatl Abel,  José Cuitláhuac, Rafael Tonatiuh y Alma Citlalli Ramírez,  Georgina y Jorge Alonso, Martha Eugenia y María de la Luz Ortiz, Joel y Josefa Ortega Erreguerena,  Iliana Ortega, Donovan Villegas, Sandra Angélica Ortega, Alí Ramírez, Itzel Lara, Laura Haro, Liliana Sánchez… como se ve, la tradición sigue. Maestros por vocación, por destino o como quieran, pero todos con la responsabilidad y el amor por la educación.

Salud y larga trayectoria a los vivos, reconocimiento a quienes  se jubilaron y aún viven y mi agradecimiento por lo que nos dejaron a aquellos que ya partieron.

Sacapuntas

Arturo Pérez Reverte

El timbre de las 8

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Usos múltiples

Deserciones

Alfredo Gabriel Páramo

Mirador del Norte

G. Arturo Limón D

Sala de maestros

“pálido.deluz”, año 10, número 145, "Número 145. Hacia la implementación de un nuevo modelo curricular. (Octubre, 2022)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández,calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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