Otra vez tiembla el 19 de septiembre, otra vez cerca del mediodía. En la Ciudad de México, donde yo resido, se nota cierta actitud estoica ante el fenómeno que recubre el miedo simple y puro. Pero los chilangos, como muchos otros mexicanos, en verdad son gente resistente y solidaria. El temblor llega a todos, pero aunque sea para ofrecer consuelo, están las voces de los vecinos, de los desconocidos, de jóvenes y viejos que ofrecen apoyo a los demás, a pesar de sus propios miedos, angustias y soledades. Cuento las siguientes historias no en un intento de romantizar el miedo, sino para mostrar que la vida sigue… y eso está muy bien.
DE PREESCOLAR
Por circunstancias que no vienen al caso, me toca el temblor afuera de un preescolar en una zona de la periferia por el rumbo de Contreras. Escucho, desde la calle, la voz de la directora del plantel, que con seguridad y una firmeza no exenta de cariño, logra controlar a las decenas de pequeñitos, algunos de los cuales se pusieron a llorar, les explica que deben mantener la calma, que pronto llegarán sus papás por ellos, y organiza a las demás maestras para cantar canciones que hacen que los niños se sientan más tranquilos. Afuera, mamás, abuelos y papás esperan a sus pequeños. Se notan asustados, pero no hacen dramas ni escándalo, para no espantar a los demás. Disciplinados, con esa disciplina útil que tanto dicen que falta a los mexicanos, se forman y aguardan instrucciones.
SECUNDARIA VESPERTINA
Me cuentan que en una escuela secundaria vespertina cercana, la directora se encara contra personal de Protección Civil que desea desalojar su escuela. “No voy a mandar a los niños a la calle solos —explica la profesora con esa voz de maestra de educación básica que envidiaría más de un sargento— esos niños están bajo mi responsabilidad y no voy a dejar que nada malo les pase”. Y los niños quedan en el patio de la escuela, protegidos por la directora y su equipo docente que los cuida, los arropa y les da un espacio seguro día con día, a pesar de todo lo que quieran decir de los profesores.
CIERRE DEL COMEDOR
Es un niñito de cinco años. Su abuelo pasa a recogerlo antes de la hora de la salida, pues su mamá está trabajando y aún tardaría en llegar por él. Antes de entregarlos, siguiendo el riguroso protocolo de seguridad establecido en las escuelas públicas, la maestra recomienda a los asustados familiares no inquietar a los niños, “porque luego se asustan mucho y es más difícil mantenerlos seguros en estas circunstancias”. El abuelo le pregunta al niñito que cómo le fue con el temblor, y este le responde que estaba un poco molesto porque habían suspendido el servicio de comedor, pero que luego lo habían restablecido y había podido comer, y pasa a contar lo que para él fue un banquete, muy orgulloso de estar resolviendo sus problemas alimentarios. Así, se comprueba que el terror también es aprendido y que esas maestras no lo han enseñado.
MIEDO Y DESINFORMACIÓN
Javier Santaolalla, físico y divulgador de la ciencia, que es otra forma de ser profesor, hace un video sobre el temblor. Reconoce que está asustado, es español y acaba de llegar a México, pero también explica con gran claridad la manera en que los seres humanos no entendemos bien la probabilidad y nos parece impensable que ocurran tres sismos fuertes en la misma fecha. Sus razones, basadas en la estadística, son irrefutables y muestran una vez más que el miedo es una cosa, que te sirve para alejarte del peligro y protegerte, pero que el terror es una actitud irracional frecuentemente alimentada por la mala información, la mentira y la superstición.
CLARIDAD
Leo un texto en Pie de página de María Ruiz que, debo presumir, fue alumna mía en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. En la nota, la periodista aborda el tema de qué hacer con el miedo. En ella destaca lo que dice la psicóloga social Alejandra González Marín sobre la manera de afrontar el miedo: “Hablar lo más que se pueda de cómo nos hemos sentido, de dónde estábamos. Contarlo, comunicarlo a la gente que nos vamos encontrando y nos importa. Elaborar la experiencia”. De allí, precisamente, surge esta entrega de mi columna.
NUEVOS CONTENIDOS
Luego de estas reflexiones, me queda claro que, por una parte, la extraña reforma a los contenidos y formas de impartirlos de Marx Arriaga tiene un (o muchos, de hecho) puntos a su favor. Es necesario que los estudiantes, desde preescolar hasta posgrado, desarrollen espíritu crítico y solidaridad, ya no como buenos deseos o buenos sentimientos, sino como una norma de vida. Y esto se puede lograr, si efectivamente, los contenidos educativos, y la forma en que se imparten, tienen estos propósitos entre sus fundamentos.
PAPEL DEL DOCENTE
Por más que Lorets y otros enemigos del progreso clamen contra los maestros y digan que son flojos, impreparados y buenos para nada, la gran mayoría de los docentes están dando clases por vocación. Pocas ideas más perniciosas para la sociedad como la del dicho “el que no sabe, enseña”. Para enseñar hay que saber, y hay que sentir, y esto es lo que se hace frente al grupo, a pesar del descrédito social, los golpeteos sindicales o la indefensión laboral en la que muchos profesores se (nos) encuentran.
CAMBIO DE FONDO
Por todo esto, desde mi perspectiva la nueva forma de enseñanza puede estar bien, pero nunca será del todo efectiva si se pierde de vista que es imprescindible devolver al sistema educativo, del que los docentes son parte esencial, la dignidad y el reconocimiento que tuvieran antes. Deben aumentarse sustancialmente los presupuestos, con o sin austeridades “franciscanas” o de cualquier tipo y deben respetarse los derechos laborales de los y las trabajadores de la educación. Ellos (nosotros) seguiremos preparando a los estudiantes, de eso ni duda cabe.