Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
A lo largo de la historia del pensamiento han existido diferentes maneras de abordar la relación entre mente y cuerpo. Esta singular relación ha dado pie para hacer la distinción entre lo humano y lo animal. Esta diferencia es la marca de la civilización occidental que ha permitido justificar el desarrollo de la ciencia, la cultura y el ordenamiento de una comunidad política, y el consecuente sometimiento de lo animal y de la manipulación del resto de los seres del mundo. La filosofía antigua se caracteriza entre otras cosas por establecer una serie de argumentos que permiten delimitar la frontera infranqueable entre lo humano y lo animal, enalteciendo facultades esenciales propias del hombre que no comparte con el animal. No solo se ha tratado de precisar facultades, capacidades y habilidades que no tienen los animales, sino de precisar la diferencia del ser del ser humano. Platón preciso en el Fedón que los hombres son propiedad de los dioses (62b), que ellos son los poseedores del verdadero conocimiento, la sabiduría. El alma humana, semejante a la esencia divina, contempló las esencias mientras habitaba con los dioses. Sin embargo, Platón se enfrenta al problema de la marca corporal, al establecimiento de la naturaleza espiritual del alma que necesariamente tiene que ser diferente a la materialidad mutable de las entidades materiales, sobretodo de la ruindad del cuerpo, según lo han establecido ya los principios órficos. Al estar en un cuerpo se encuentra imposibilitada de contemplar las esencias en sí mismas, “el alma está contaminada por la ruindad de éste” (66b). Mientras dure la contaminación no se podrá alcanzar la verdad que se desea. “Afirmamos desear lo que es verdad” (66b). El recurso para contemplar la verdad es la liberación de las cadenas que atan al cuerpo.
Así, por medio del cuerpo no es posible conocer nada limpiamente, sin embargo, el amante de la sabiduría (erastai phroneseos) estará más cerca del saber en la medida en que no haya ningún trato ni asociación con el cuerpo en una purificación “hasta que la divinidad misma nos libere” (67ª). Ahora bien, para ser más precisos habría que distinguir el método mayéutico de la filosofía platónica. Con Sócrates asistimos al arte de dudar de toda certeza, la mayéutica es confrontar cualquier certeza, hasta un punto en el que su discípulo Platón no resistió no poseer ningún saber. “En realidad, lo que late en este gran interrogador no es sino una voluntad asfixiante que va paulatinamente extendiéndose: la de poner en evidencia que todas las opiniones que uno mantiene no pueden sino enredarse en autocontradicciones una vez sometidas a examen (…) Sócrates sería el seductor de un suicidio enmascarado bajo una sabia prudencia” (Sloterdijk, 2006: 71), de tal forma que de manera paradójica, detrás del deseo socrático por la verdad, se esconde una rabiosa actitud interrogativa, una bionegatividad que delata que toda vida no es sino un permanente autoengaño; la filosofía socrática se revela, entonces, como el impulso a sentir el propio cuerpo vivo tan muerto como sea posible (Sloterdijk, 2006).
En lugar de este estado interrogativo abismal permanente, Platón integró la teoría de las ideas innatas, como causas ejemplares de lo real, como asidero que detiene al alma para no caer en el hundimiento de la existencia, como el asidero del cual agarrarse para negar una tragedia que se prolonga desde el nacimiento (el libro no escrito por Sócrates rezaría así, según Sloterdijk aludiendo a Nietzsche, La tragedia del nacimiento). En cambio, el platonismo es una especie de carpetazo a la tragedia, tanto de poetas y como del socratismo, para desprenderse de este nivel nihilista y redirigirse hacia un dualismo que se traspola a una concepción dicotómoca de la realidad, donde el verdadero sentido de las cosas preexiste a la entidad material mudable. Para Platón, conocer es anámnesis, desprenderse de la materialidad humana, superponerse al cuerpo, estar moribundo, abstrayéndose del cuerpo y de la conciencia del mundo para comunicarse con las esencias inteligibles mediante el recordar. Platón no equipara la posición socrática con el del filósofo de las ideas inteligibles, se trata de una doble posición con respecto al cuerpo, para Sócrates se trata de una existencia en interrogación, mientras que para Platón la filosofía es liberación de la prisión para recordar y contemplar, para participar de tal conocimiento dado que el alma no tiene la misma constitución divina. En tanto, el cuerpo empuja hacia abajo al alma, a una sumisión.
La importancia de habernos detenido en la metafísica platónica radica en que generó una especie de impronta cultural en Occidente que se manifiesta en la necesidad de pensar lo humano en contraposición siempre de lo animal, que conlleva una serie de argumentaciones tanto, como decíamos, especulaciones metafísicas, naturalistas, que por diferentes caminos y métodos fundamentan que en lo humano acontece una superioridad espiritual, o de capacidades biológicas (concretamente neurológicas) que producen el advenimiento de un yo consciente que razona y que es capaz de dirigir su voluntad en concordancia con la realidad de su entorno. Pero a lo largo de historia del pensamiento occidental que es imposible reportar a detalle aquí, se presentan no solo vestigios del platonismo sino argumentaciones que empatan con una naturaleza espiritual de lo humano que de alguna manera se comunica con el cuerpo. La respuesta que más ha permeado es la del platonismo cristiano, que desde Agustín de Hipona se ha debatido con los escolásticos para explicar cómo es esta comunicación entre alma y cuerpo, dando respuestas metafísicas como la teoría de la iluminación (Dios infunde en el entendimiento agente las ideas) o la de la abstracción donde se supone que el hombre es una integración entre alma y cuerpo, una unidad substancial de naturaleza racional en palabras de Boecio, donde la facultad del entendimiento abstrae de los sentidos (se sobre entiende corporales) las impresiones que después el entendimiento agente capta-selecciona-distingue lo esencial de lo accidental de las percepciones recibidas del mundo exterior. Esta última posición proviene desde Aristóteles del alma intelectiva que es retomada por la escolástica, concretamente por Tomás de Aquino. El argumento metafísica de esta postura aristotélica-tomista está en definir al hombre como una unidad entre alma y cuerpo, que se ha traducido como espíritu encarnado, pero que el punto central es la unidad substancial donde la distinción con lo animal se manifiesta en la facultad de aprehender lo esencial del mundo material cosa (facultad espiritual) que se niega a lo animal. En esta tradición podríamos es posible situar en cierto sentido al idealismo trascendental de Kant, o a su antropología pragmática, pero sobre todo en Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres en la que lo humano es la facultad de la razón, como aquella facultad de ser ella misma, sin intervención de otro agente, la que encuentra en su propia naturaleza racional las condiciones para conocerse y conocer el mundo. Dejo al cartesianismo de lado por el momento, porque su postulado de la duda metódica incluye la necesaria participación de la idea de Dios como garante de que su condición de dudar de todo, de tal forma que no sea este un postulado contradictorio o autorrefutable. Ahora bien, la posición biologicista que se vienen construyendo desde la modernidad (siglo XVII, según lo ha demostrado Michel Foucault entre otros) explican el proceso que conlleva la distinción de un yo que conoce y que es consciente de sí, con una serie de descripciones de funciones que suceden en el conjunto de neuronas. Se trata entonces de explicar el complejo mecanismo neuronal a partir de distinguir funciones entre neuronas. Esta postura neuronal funcionalista se apoya en la teoría de la evolución de las especies, donde se podría rastrear los saltos en las funciones de las neuronas que habilitaron nuevas capacidades motrices e intelectuales en el hombre. Ahora bien, el punto será aquí precisar una serie de planteamientos que provienen de las investigaciones de Freud entre 1895 y el 1900, que se encuentran escritos en sus series de Cartas que dirige Fliess, además junto con el Proyecto de psicología, para analizar si los postulados de Freud presentan una continuidad o una ruptura con la teoría neuronal funcionalista, y ver a partir de las explicaciones freudianas si dentro de esta teoría se encuentran vestigios del platonismo, y bien analizar entonces cómo Freud se aparta, tomando radical distancia, sin caer en un misterio (metafísico), de la teoría de funciones neuronales más elevadas, para explicar fenómenos que se han dado por llamar conscientes, como el de recordar, asociar, repetir, y sobre todo, cómo explica Freud la posibilidad un yo consciente que no piensa y no actúa de manera consciente pero que son manifestaciones que se le atribuyen a su mismo espesor consciente, diríamos de manera más correcta, atribuciones a su aparato o cuerpo psíquico, para ello habría que revisar el texto de El yo y el ello. El punto principal es cómo se explica esta comunicación entre psique y cuerpo, esta comunicación o proceso, o elevación, o emergencia de lo psíquico sin caer en el misterio metafísico.
Referencias
Platón (1997), “Fedón”, en, Diálogos, III, traducción C. García Gual; M. Martínez Hernández; E. Lledó Íñigo, Madrid, Biblioteca Clásica Gredos
Sloterdijk, Peter (2006). Venir al mundo, venir al lenguaje. Lecciones de Frankfurt, traducción de Germán Cano, Valencia, España, Pre-Textos.