Un joven profesor de física obtiene del CONACYT (como se llamaba en ese momento) una beca para estudiar en Noruega una maestría en óptica; le parece una buena oportunidad para desarrollarse profesionalmente y, sobre todo, para poder regresar a México mucho de lo que él siente que le debe por su educación. Tramita en la UNAM lo necesario para poder hacer los estudios.

Un par de años más tarde, ya titulado, regresa a México, para encontrarse que alguien ¿robó? ¿tomó prestada? ¿catafixió? su plaza, por lo que no tiene trabajo. Mientras trata de recuperar su trabajo, que supuestamente lo envió a Escandinavia a mejorar su calidad técnico-científica, busca dónde colocarse. Tiene dos licenciaturas, dos especialidades y una maestría, esta última avalada por el CONACYT, así que no puede ser demasiado difícil, ¿cierto?

¡Pues no! No solo cada vez se torna más difícil recuperar su plaza de la Universidad Nacional, sino que no encuentra ningún puesto en el sistema universitario del país. Universidades y tecnológicos de toda la República lo ignoran o rechazan con amabilidad, pero el resultado es el mismo. No tiene trabajo, y sí una familia que crece y un curriculum, que en la lógica kafkiana del SNI, no crece porque no tiene institución que lo avale.

Un amigo de la maestría, sudamericano, desde hace tiempo le ha venido endulzando el oído para que se vaya a trabajar a su universidad: “jefatura de departamento, facilidades para la investigación, apoyo para la familia…”. Poco a poco va minando sus escrúpulos. “Hermano, nuestro abogado te ayuda con tu compromiso con el CONACYT”.

El maestro en física, especializado en óptica, con obra publicada y muchos años de experiencia docente, a pesar de su juventud, pero desempleado y despojado de su trabajo, con una familia creciente y demandante, termina por ceder.

Trabajará varios años en Sudamérica hasta que un concurso internacional, para el que recibe todo el apoyo necesario de su nueva casa de estudios, lo lleva con su familia a Alemania a un doctorado y al desarrollo académico, social y profesional que su propio país le negó.

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Esta historia está reconstruida de varios testimonios, pero es cierta; más que eso, es exacta. La ciencia (y el arte, la filosofía, el humanismo y casi todas las actividades humanas) no ha sido prioridad de los sucesivos gobiernos mexicanos. No lo era en el auge del neoliberalismo, no lo es ahora.

Se sigue comprando ciencia y tecnología en el extranjero sin apoyar a la nacional, se sigue despreciando a los científicos y la academia, se sigue gastando dinero en soluciones a corto plazo sin invertir en el futuro.

El Sistema Nacional de Investigadores (SNI) no sirve, termina siendo un premio al refrito, al plagio y a la impostura, refugio de muchos falsos investigadores y que niega la entrada a otros. Claro, hay que reconocer que también existen algunas personas valiosas para la sociedad que son SIN.

El Consejo Nacional de Humanidades Ciencia y Tecnología (CONAHCYT) ni siquiera ha sido capaz, en este momento, de cambiar los contenidos de su página para incluir su renovado nombre. Creo que no hay más que decir.