Sin duda una de las formas creativas predominantes de la actualidad es la narrativa del yo o la autoficción. Que incluso ha dado pie a una especie de rama secundaria donde se defienden los méritos de la forma o se critica como mero ejercicio narcisista, según distintos pareceres. A propósito del tema, acaso pudiera pensarse que una diferencia crucial reside en el origen y dirección del movimiento narrativo: si existe algún impulso o suceso que parta de quien escribe y se dirija con urgente necesidad hacia la escritura, o si, en cambio, se parte de la entronización del yo y se exprime y se hurga posteriormente ahí, con el afán de querer decir algo sobre uno mismo a toda costa.
En una reciente charla surgió por ejemplo el tema de cómo Nick Cave abordó un suceso personal espeluznante como la muerte accidental de su hijo adolescente y canalizó ese dolor para sublimarlo en su disco Ghosteen, que de hecho se titula así como neologismo que denomina una especie de pequeño fantasma. Igualmente, Cave ha dicho que de manera literal considera que el espíritu de su hijo habita y se mueve por el disco. Se trata obviamente de un suceso muy extremo, pero no es (únicamente) eso lo que diferencia la obra de Cave de meros regodeos en uno mismo, sino que la honestidad del ejercicio escapa a todo otro fin que no sea la expresión de la obra misma (que de hecho es difícil de escuchar y se aleja fuertemente de buena parte de su producción musical anterior), un poco al estilo alucinatorio con el que Calasso podía describir “libros únicos”, aquellos que eran producto de un suceso estremecedor que le hubiera ocurrido a quien lo escribía, como se refería por ejemplo a La otra parte, de Alfred Kubin: “Un libro que se lee como en una alucinación poderosa. Libro escrito desde el interior de un delirio que duró tres meses”.
Esta misma especie de tensión originaria la podemos por ejemplo encontrar en el poema “Orígenes e historia de la conciencia”, de Adrienne Rich, donde describe el encuentro consigo misma que le supone el ejercicio de escribir poesía:
Nadie vive en esta habitación
sin confrontar la blancura de la pared
tras los poemas, pilas de libros,
fotografías de heroínas muertas.
Sin contemplar al fin y ya tarde
la verdadera naturaleza de la poesía. El impulso
de conectar. El sueño de una lengua común.
Ese impulso de conectar de Rich parecería hacer referencia a un núcleo que pugna por salir y expresarse como obra. El cual podríamos pensar que perfectamente puede abarcar (o no) elementos constitutivos del yo, que son los que habrán de moldearse en el proceso de composición de la obra. Pero es en todo caso un movimiento muy distinto de aquel al que a menudo se recurre en la actualidad, que comienza quizá por moda, por búsqueda de éxito comercial, o incluso simplemente por falta de imaginación, por situar como por decreto al yo y sus aventuras en el centro de la palestra literaria. Para de ahí proceder a narrar cada hecho o, principalmente, cada emoción, como si fuera lo más extremo o relevante desde el punto de vista creativo. Y de ahí quizá también se explique en parte la proclividad a poner el énfasis en el sufrimiento o en lo sórdido, como si el yo que (se) narra quisiera convencerse antes que nada (y convencer al lector) de lo interesante y singular de la existencia que se dispone a ser narrada.