En nuestros días es muy común escuchar acerca de los avances de la inteligencia artificial, de la
existencia de impresoras en 3D, de los lentes de realidad virtual, del descubrimiento de nuevas
especies e incluso de sistemas planetarios parecidos al nuestro, pero pese a todas estas
innovaciones, algunas cosas parecen imposibles de cambiar, tal es el caso del papel de la ciencia
en la educación.
Durante décadas, la atención se centró en el trabajo de los contenidos de las asignaturas
de Español y Matemáticas, por considerarlas imprescindibles en el desarrollo de los niños, como si
el resto de las áreas del saber fueran complementos necesarios únicamente para llenar la boleta
de calificaciones o para ocupar el tiempo restante de la jornada escolar. Esta idea fue reforzada
cuando comenzaron los exámenes estandarizados, en los que sólo se retomaban contenidos de
esas dos asignaturas, mostrando que la importancia de conocer la estructura de nuestro idioma y
desarrollar el pensamiento lógico matemático, era lo único indispensable en la formación integral
de los estudiantes.
Aunque las últimas décadas han favorecido la construcción de miles de conocimientos en
múltiples áreas del saber y en años recientes se han hecho grandes avances tecnológicos cuyas
repercusiones van desde lo cotidiano hasta invenciones útiles para facilitar la comprensión de
nuestra realidad, la ciencia continúa siendo considerada como una afición reservada para un
reducido número de personas, quienes tienden a ser excéntricas, poco sociables y con un gran
intelecto.
Muchos docentes respaldan esta concepción errónea al abordar los contenidos científicos
superficialmente, apoyándose en la lectura del libro de texto o en investigaciones sobre los temas,
manejándolos como si la ciencia fuera algo perfecto e inamovible definido por personas muy
inteligentes, lo cual provoca que los estudiantes pierdan el interés en ella al concebirla como algo
lejano a su realidad.
Además, al basar las clases en la lectura de libros y teorías, se reprimen actitudes
indispensables para la formación científica básica, como la curiosidad, la observación y la
formulación de preguntas. Cuando los niños son pequeños, constantemente se cuestionan sobre
lo que les rodea, desean conocer cómo funciona el mundo en el que viven, pero al escuchar que
todo ya está dicho, dejan de preguntar, limitándose a repetir lo que han aprendido, porque
alguien más lo investigó y resolvió el enigma.
Aparte de centrar las clases en la lectura y en la reproducción de conocimientos, a veces se
asocia a la ciencia únicamente con la realización de experimentos, los cuales atraen la atención de
los estudiantes, aunque no siempre logren comprender lo que representan. La experimentación es
parte importante del desarrollo científico, pero también es necesario entender el fenómeno o
proceso que se explica a través de ella, lo cual evita que se convierta en actividades entretenidas
para los niños, pero que continúan alejándolos del propósito real de la ciencia: ayudar a la
comprensión de la realidad en que se vive para poder transformarla.
No obstante que el desarrollo de la ciencia continúa haciéndose presente en muchos
ámbitos de nuestra vida actual, es necesario cambiar la perspectiva sobre ella, replanteando su
papel en la educación de los más pequeños, ya que al reconocer sus verdaderas características y
eliminar los estereotipos que se tienen al respecto, más personas serán capaces de utilizarla para
tomar las mejores decisiones que permitan mejorar la vida de todos los seres que coexistimos en
este planeta.