Según casi cualquier diccionario o fuente de información actual —digital o libresca— se define a el cónclave como un lugar y/o junta de los cardenales de la Iglesia Católica Apostólica y Romana, reunida para elegir Papa, cuando el supremo pontífice anterior ha muerto y ha quedado vacante el puesto de Supremo Vicario de Cristo, es decir la persona más importante de una de las tres iglesias de mayor influencia en el planeta.
Sabemos que los cardenales de todo el mundo (prelados, del máximo nivel, que componen el colegio consultivo del Papa y forman el cónclave para su elección son electores y elegibles en esa reunión) convergerán en el Vaticano, en Roma, y a puerta cerrada, por los días que sea necesario, hasta que exista una mayoría de ellos que hayan elegido por votación al nuevo Papa, la nueva máxima autoridad de la iglesia. Sabemos, también, que cada vez que no se llegue a esa mayoría calificada habrá humo negro en la Plaza de San Pedro. Cuando sea elegido el nuevo Papa, de la chimenea saldrá humo blanco.
Eso lo hemos aprendido a lo largo del tiempo, observando los cambios cuando ya varios Papas han pasado su Reinado en el Vaticano. Pero ¿qué pasa realmente dentro de este Cónclave?
La película Cónclave (Berger, E. Reino Unido-Estados Unidos, 2024) nos acerca a este momento clave en la elección de un líder, que tendrá un peso específico en una época determinada, muchas veces influyendo en transformaciones decisivas de la humanidad. Es una ficción que nos acerca a algunas verdades sabidas de la iglesia y otras poco conocidas. Nos permite ver cardenales, que de responsables espirituales de alguna región del globo terráqueo se van humanizando —con defectos y virtudes— conforme van pasando las horas de internamiento y decisión en la Capilla Sixtina, en donde se realizan los trabajos. La cinta gira en torno al decano del Colegio Consultivo, el cardenal Thomas Lawrence (Ralph Fiennes, en plenitud actoral) que por norma canónica es el responsable de lo que va pasando en el cónclave.
Observa la llegada de los cardenales, se encarga de recibirlos, asignarles habitaciones. Pero sobre todo del pasillo, donde los cardenales van formando grupos y van respaldando candidaturas y acordando por quién votar. Eso es lo brillante del filme, ver que no hay mayor diferencia entre lo que vemos en este cónclave y lo que hemos observado en reuniones sindicales, académicas o partidistas. Hay posiciones de principios, de empatía, de liderazgos reales, pero también jugadas sucias —codazos y patadas—, peligros latentes, jugadores consolidados, pero también nuevos actores que pueden dar golpes de timón en el proceso o en el fin de la elección.
El cardenal Lawrence es el encargado de dar el primer servicio religioso y en su homilía habla de como el mundo esta dividido porque la gente cree en sus verdades a ultranza, ciegamente, tanto que las certezas han separado a las personas. Lo que observamos en la película es como hay dos posiciones antagónicas, marcadas en la iglesia católica: los conservadores que critican las desviaciones y flexibilización de la institución en las últimas décadas; y los que tienen una posición más abierta a los cambios del mundo. Entre estás dos hay cosas peores: como los oportunistas, corruptos y otras debilidades como el poder, el dinero o desviaciones de otro tipo,
Por supuesto que Lawrence tiene una visión más liberal. Pero tiene que ser un arbitro imparcial, un fiel de la balanza en un terreno en el que hay jugadas para diferentes lados, teniendo siempre como referente la próxima votación. Los elegidos van cambiando todos los días de acuerdo con diferentes acciones e informaciones.
Cónclave esta muy bien lograda, actuada y producida y los ciento veinte minutos son disfrutables, sea o no católico, por el tenso, divertido, imaginativo y, a veces, despiadado juego del poder y el fin de las verdades sagradas.