«Cultura» es una de las dos o tres palabras más complicadas de la lengua inglesa, aunque el término que a veces se toma por su opuesto, «naturaleza», parece llevarse la palma. Pese a que hoy día se ha puesto de moda ver la naturaleza como un derivado de la cultura, la cultura, etimológicamente hablando, es un concepto derivado de la naturaleza. Uno de sus significados originales es «producción», o sea, un control del desarrollo natural.1 Pasa algo parecido con las palabras que usamos para referirnos a la ley y a la justicia, o con términos como «capital», «reserva», «pecuniario» y «de ley».
En inglés, coulter, una palabra de la misma familia que «cultura», designa la reja del arado. Así pues, la palabra que usamos para referirnos a las actividades humanas más refinadas la hemos extraído del trabajo y de la agricultura, de las cosechas y del cultivo. Francis Bacon habló del «cultivo y abono de los espíritus», jugando con la ambigüedad entre el estiércol y la distinción intelectual. A esas alturas, «cultura» significaba una actividad, y eso fue lo que significó durante mucho tiempo, antiguo, el «cultiello» (de cultellus) también era un cuchillo (N. del t) antes de que pasara a designar una entidad. Incluso así, hubo que esperar a Matthew Arnold para que la palabra se desprendiera de adjetivos como «moral» e «intelectual» y se convirtiera, sin más, en «cultura», o sea, en una abstracción. Etimológicamente hablando, pues, la expresión «materialismo cultural» resulta algo tautológica. En principio, «cultura» designó un proceso profundamente material que luego se vio metafóricamente transmutado en un asunto del espíritu. La palabra, pues, registra dentro de su desarrollo semántico el tránsito histórico de la humanidad, del mundo rural al urbano, de la cría de cerdos a Picasso, de la labranza del campo a la escisión del átomo.
En términos marxistas, «cultura» abarca base y superestructura en un solo concepto. Probablemente, detrás del placer que obtenemos de la gente «cultivada» quilas se oculta una memoria ancestral de sequía y hambruna Pero la inversión semántica también resulta paradójica: las personas «cultivadas» acaban siendo los habitantes del medio urbano, mientras que los que realmente viven labrando el campo no lo soa En efecto, los que cultivan la tierra tienen menos posibilidades de cultivarse a sí mismos; la agricultura no deja tiempo libre para la cultura. La raíz latina de la palabra «cultura» es cólere, que puede significar desde cultivar y habitar, hasta veneración y protección. Su significado como «habitar» ha evolucionado desde el latín colonos al actual «colonialismo»; por eso, títulos como Cultura y colonialismo también resultan medio tautológicos. Pero cólere también desemboca, a través del latín cultus, en el término religioso «culto»; luego, en la era moderna, la idea de cultura acabará adquiriendo un valor religioso y trascendente, cada vez más apagado y decaído. Las verdades culturales -sean las del arte o las de tradiciones populares- a veces resultan sagradas, o sea, algo que hay que proteger y adorar. La cultura, pues, hereda el majestuoso manto de la autoridad religiosa, pero también sus incómodas afinidades con la ocupación y la invasión.
Entre esos dos polos, uno positivo y uno negativo, queda localizado el concepto de cultura, una de esas raras ideas que han resultado tan decisivas para la izquierda como vitales para la derecha; razón por la que su historia social resulta extraordinariamente enredada y ambivalente. Por un lado, la palabra «cultura» señala una transición histórica decisiva, pero, por otro, encierra por sí sola una serie de aspectos filosóficos claves. Para empezar, controversias como la de la libertad y el determinismo, la acción y la reacción, el cambio y la identidad, lo dado y lo creado, cobran una misma importancia. Entendida como un control organizado del desarrollo natural, la cultura sugiere una dialéctica entre lo artificial y lo natural, entre lo que hacemos al mundo y lo que el mundo nos hace a nosotros. Desde un punto de vista epistemológico, es un concepto «realista», puesto que implica la existencia de una naturaleza o material crudo más allá de nosotros mismos; pero también posee una dimensión «constructivista», puesto que ese material crudo se ha de elaborar de una forma significativa en términos humanos. Más que de construir la oposición entre cultura y naturaleza, lo importante es entender que el término «cultura» ya incluye en sí mismo esa deconstrucción.
En un giro dialéctico posterior, los medios culturales que usamos para transformar la naturaleza se extraen de ella misma. Esta idea queda expresada mucho más poéticamente por Políxenes en El cuento de invierno: Pero la naturaleza no mejora con ningún medio, salvo el que crea ella misma; así, sobre el arte que, según tú, emula a la naturaleza, está el arte que ella crea l...jEs un arte que enmienda a la naturaleza, la cambia, pero el arte mismo es naturaleza.4 (Acto IV, escena IV)
https://proletarios.org/books/Eagleton_Terry_La_Idea_de_Cultura.pdf