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Lunes, Febrero 03, 2025

Traducción hecha por: Oswaldo Escobar Uribe y

Claudia Madrid Serrano

 

Preámbulo. Nota de los traductores

 

A unos meses de la toma de posesión de Claudia Sheimbaun como presidenta de este país quien además afirma que su gobierno significa el segundo piso de la cuarta transformación, consideramos oportuno compartir la traducción de este texto Has the future a left, escrito por Zygmunt Bauman en 2007 y publicado en Soundings Journal.

El contexto desde el que se explica el sentido de su reflexión, es en primera instancia, los cambios sociales y políticos en el Reino Unido, influenciado por los efectos del neoliberalismo y el Nuevo Laborismo, impulsado por Tony Blair.

Durante los años previos a la publicación del texto, el Reino Unido había pasado por el periodo del gobierno laborista bajo Tony Blair y su enfoque de "Tercera Vía" 1(Third Way), que buscaba combinar los principios tradicionales del laborismo con las dinámicas del mercado y el neoliberalismo. Esta fase marcó una desviación de los ideales históricos de la izquierda británica (basados en el estado de bienestar, la intervención estatal y la solidaridad de clase) hacia una posición más conservadora que incorporaba políticas de mercado globalizado y una economía desregulada con políticas de bienestar social que a la postre, devinieron en acciones asistencialistas altamente burocratizadas.

Bauman escribe en un momento en que los efectos negativos de estas políticas se están sintiendo tanto en Inglaterra como en distintos países en que fueron aplicadas: el aumento de la desigualdad social, la erosión de las comunidades locales, el desempleo, combinado con sobre explotación de las y los trabajadores, así como el aumento y profundización de la pobreza, lo que llevó a Naomi Klein a denominarlas como la doctrina del Shok y cuyo año de publicación, también coincide con este escrito de Bauman.

El Reino Unido, que había experimentado la industrialización temprana y luego la desindustrialización, se convirtió en un ejemplo clave de cómo los cambios globales afectan las bases sociales de la política de izquierda.

En este contexto, dentro de la izquierda británica se cuestionan si los ideales tradicionales siguen siendo viables en un mundo donde el mercado ha asumido un rol predominante.

En segunda instancia y considerando el caso de América Latina, es el periodo en el que Brasil, Venezuela, Argentina, Ecuador y Bolivia viven el ascenso de gobiernos emanados de propuestas políticas que se autodenominan de “izquierda” y que permean así el ambiente latinoamericano y que contrario a lo que se vive en Europa, suponen expectativas positivas de cambio, toda vez, que son gobiernos que abiertamente rechazan las políticas neoliberales y apelan además al fortalecimiento de la integración latinoamericana.

La relevancia de las ideas expuestas por Bauman, que nos invitan a considerar a la izquierda como proyecto, en ese momento como en el actual en nuestro país, es trascendente. Al estar en el inicio de un sexenio que será gobernado por una política, que aunque se reivindica de izquierda (bajo la denominación de “humanismo mexicano”) por la sustancia de su planteamiento, nos recuerda a la Tercera Vía de Blair, en tanto valora a un “pueblo empoderado y digno”, favorecerá la inversión privada, ofrece estabilidad para que ésta se incentive, así como confianza a los sectores empresariales, a la vez que reivindica la colectividad, la equidad y la justicia y la dignidad del “pueblo mexicano”.

En este sentido, Bauman también se refiere a cómo la fragmentación social y el individualismo han debilitado la capacidad de la izquierda para movilizarse colectivamente en torno a una causa común, como lo hacía tradicionalmente en torno a la clase obrera.

En su reflexión, a la vez que critica la adaptación de la izquierda inglesa a las políticas neoliberales y que podría ser aplicable a algunos de estos gobiernos o incluso el actual en México, ve también una necesidad de repensar los principios clave de la izquierda en términos de solidaridad y justicia social en el contexto global y local.

Para finalizar esta presentación, queremos llamar la atención sobre el doble significado que se le puede atribuir al título; en una traducción literal, la pregunta es si la izquierda tiene futuro; atendiendo a una traducción libre y que daría para un mayor análisis, el título pregunta si el futuro tendrá una izquierda.

 

Aquí el texto.

 

Actualmente existen dos formas dominantes de llegar a la idea de 'la izquierda', ambas conducen a una definición tan inestable y transitoria como los puntos de referencia de los que se extraen. (De hecho, tales enfoques pueden ser vistos como típicos de la visión "nowista"2 - la tiranía del momento - que es una característica de nuestros tiempos: las ideas pueden ser asignadas a una historia, pero rara vez se les puede atribuir una sustancia estable y constante).

El primer enfoque consiste en revisar y reformar lo que se ha recordado como la izquierda (cuánto más fácil sería si pudiera ser olvidado) - con la intención de 'actualizarlo' - es decir, ponerse al día con los recientes serpenteos de 'la derecha'. Ejemplos incluyen el concepto de Blair de Nueva Laborismo “laborismo” como Labor adaptada a los patrones de sabiduría política de Thatcher, o advertencias a Gordon Brown para que no se desvíe a la izquierda dada el aparente éxodo de votantes laboristas desencantados hacia los conservadores. En este enfoque, cualquier sustancia que la izquierda pueda poseer es secundaria a la posición actual de la derecha. La agenda de la izquierda se convierte en un derivado, una imagen especular de la agenda escrita por la derecha. La izquierda es todo lo que no es tan correcto como la derecha actualmente logra ser. En última instancia, todo se reduce a la pregunta de qué podría hacer la izquierda mejor y más eficientemente que la derecha, en relación con las cosas que la derecha ha declarado como buenas y apropiadas. En las últimas dos décadas, este ha sido el enfoque británico, y en menor medida el alemán.

El segundo enfoque consiste en ensamblar una noción de la izquierda a partir de los desechos políticos dispersos y variados, rechazos y desechos de la derecha. La sustancia que sustenta este enfoque es puramente negativa y carece de un núcleo interno o cohesión. Ser rechazado -o no completamente aceptado- por los guionistas y directores de la derecha es el único pegamento considerado necesario para mantener unida a la izquierda. Este ha sido recientemente el enfoque de los italianos, por ejemplo, y en menor medida el de los franceses.

Sin embargo, hay otra forma de comprender y comprender el fenómeno de la izquierda (que no debe confundirse con la 'tercera vía', o políticas recalentadas representadas como 'más allá de la izquierda y la derecha'). Esta otra forma parte de dos suposiciones esenciales para una percepción específicamente izquierdista de la condición humana y sus perspectivas y posibilidades no explotadas. Estas suposiciones son la base para una izquierda autoafirmativa, que, en lugar de disculparse por su oposición al mainstream, se esfuerza por crear, proteger y ser probada contra valores que considera no negociables. Esta forma de entender las características definitorias de la izquierda es aquella que reconoce la presencia ubícua y firme de la izquierda en las formas modernas de vida, y entiende que su supuesta desaparición frecuente siempre resulta ser nada más que un período relativamente breve de hibernación y/o recuperación.

La primera suposición es que es deber de la comunidad garantizar a sus miembros individuales contra el infortunio individual. Y la segunda es que, así como la capacidad de carga de un puente se mide por la resistencia de su soporte más débil, la calidad de una sociedad debe medirse por la calidad de vida de sus miembros más vulnerables. Estas dos suposiciones constantes e innegociables colocan a la izquierda en un curso de colisión perpetua con las realidades de la condición humana bajo el dominio del capitalismo; necesariamente conducen a acusaciones contra el orden capitalista, con sus dos pecados gemelos de despilfarro e inmoralidad, manifestados en la injusticia social.

Estas suposiciones seguirán colocando a la izquierda en dicho curso en el futuro, por al menos tres razones fundamentales: Primero, las acusaciones que plantean contra el capitalismo siguen siendo absolutamente pertinentes, de hecho, han adquirido aún mayor fuerza en la globalización del orden capitalista. Segundo, es extremadamente improbable que la protección colectiva contra los infortunios individuales alguna vez se complete y se haga verdadermante segura, o que la vigilancia constante deje de ser necesaria. Y tercero, es igualmente improbable que se logre una sociedad en la que algunos grupos o categorías de personas no se queden rezagados respecto al resto, o por debajo de los estándares promedio.

La izquierda se describe mejor como una postura crítica permanente de las realidades de la vida social, que siempre quedan cortas de los valores que una sociedad profesa y promete servir. La izquierda no está comprometida con ningún modelo específico de convivencia humana: el único modelo que se niega a tolerar es un régimen que se considera perfecto, o al menos el mejor de todos los mundos posibles, y por lo tanto inmune a la pregunta. La izquierda quiere una sociedad humana, una que luche por la justicia para todos sus miembros. La izquierda define una sociedad justa como una que es consciente de que aún no es suficientemente justa, que está acosada por esta conciencia y por lo tanto impulsada a la acción.

La izquierda no puede ser otra cosa que democrática. Es una adversaria natural y un enemigo jurado y firme de toda 'pensée unique', ya sea en su variedad actual o en cualquier otra - y de la postura de TINA ('There Is No Alternative'). Si un optimista es alguien que cree que vivimos en el mejor de todos los mundos posibles, y el pesimista es alguien que sospecha que el optimista puede tener razón, la izquierda se coloca en el tercer campo: el de la esperanza. Al negarse a prever la forma de la buena sociedad, no puede hacer más que cuestionar, escuchar y buscar. Como ha señalado Cornelius Castoriadis, uno de los fundadores del movimiento 'socialismo o barbarie', en la antigua Atenas cada ley aceptada en el ágora iba precedida de un preámbulo que afirmaba que era 'la opinión del Consejo y el pueblo': esto alertaba a la gente sobre la posible falibilidad de la ley y la necesidad de someterla a un escrutinio crítico continuo. La esperanza de la izquierda es que ese cuestionamiento, escucha y búsqueda perpetuos den lugar y mantengan viva una comunidad de ciudadanos, de personas armadas tanto con lenguas como con oídos, y hábiles en el uso de ambos. Una comunidad es democrática solo en la medida en que sus miembros saben que la sociedad que los convierte en ciudadanos y da forma a su ciudadanía es de su propia creación; y en la medida en que sus ciudadanos estén preparados para asumir la responsabilidad de sus activos y pasivos, virtudes y vicios.

La izquierda representa la conciencia de que el trabajo de hacer que el mundo sea más hospitalario para la dignidad humana -la dignidad de todos los seres humanos- sigue sin terminar. Representa la acción basada en principios que deriva de esa conciencia. En estas circunstancias, nada es probable que vuelva redundante a la izquierda: la finalización de esta tarea parece improbable en cualquier futuro que sus principios le permitan prever, generar y moldear. Lo único de lo que uno puede estar seguro al reflexionar sobre la forma de dicho futuro es que es poco probable que esté más allá de la crítica, y por lo tanto, está destinado a tener su izquierda. Hacer que la izquierda sea indispensable, y llamarla una y otra vez a la existencia, es la única característica permanente, inalterada y quizás inmutable de un mundo moderno por lo demás eminentemente inestable e inquieto.

Desafíos globales para la izquierda

Dos tendencias en la historia en curso del mundo moderno destacan entre todos los numerosos desarrollos recientes que están en oposición a los dos supuestos constitutivos de la izquierda. Estas tendencias son el desafío más importante que la izquierda debe enfrentar en el futuro previsible: enfrentarlas de hecho dará forma a su propio futuro y al de la condición humana. Una tendencia ha llegado a conocerse como globalización. Su marca distintiva más conspicua es la creciente separación, incluso divorcio, entre poder y política. Esto ha llevado a la ausencia de cualquier agencia adecuada para la enormidad y gravedad de las tareas que necesitan ser confrontadas y abordadas. La otra tendencia se refiere con muchos y aparentemente diferentes nombres: crisis de ciudadanía, comercialización de los lazos e interacciones humanas, avance de la cultura consumista, disolución de la solidaridad humana. Tiene muchos nombres, pero un examen más detenido revela que todos se relacionan con un referente compartido: un sentimiento cada vez más profundo de inseguridad existencial y una incapacidad para localizar, y mucho menos detener, sus fuentes.

Las acusaciones que Karl Marx planteó contra el mercado capitalista no han perdido nada de su fuerza. A menos que se vigilen y controlen de cerca, los mercados tienden a generar mucho desperdicio y a profundizar la polarización de las condiciones humanas y las perspectivas de vida. También generan inseguridad, promoviendo y reforzando sentimientos de abandono, alienación y soledad. Durante muchas décadas, el mercado capitalista estuvo bajo control, en gran medida bajo la influencia directa o indirecta del análisis de Marx. Sus impactos potencialmente devastadores se mitigaron dentro del marco del Estado-nación moderno, a través de un esfuerzo prolongado, casi de dos siglos, que culminó en la institución del 'estado de bienestar'. Pero la globalización 'negativa' de las finanzas, el capital y el comercio (aunque no de las instituciones políticas y legales capaces de controlar y regularlos) ha vuelto virtualmente inútiles los medios a disposición de los estados-nación territoriales para regular los nuevos poderes económicos extraterritoriales. El estado-nación se ha vuelto incapaz de contrarrestar sus propensiones socialmente dañinas. Al mismo tiempo, no hay nuevas agencias políticas en el horizonte capaces de contemplar, y mucho menos asumir, ese trabajo. El proceso de recapturar el 'territorio de nadie', llevado a cabo a lo largo del siglo XIX y buena parte del siglo XX bajo los auspicios de los estados-nación emergentes, necesita repetirse en el siglo XXI. Esta vez debe hacerse en una escala planetaria radicalmente más amplia, a nivel de toda la humanidad, por agencias aún por inventar y construir.

La izquierda está destinada a desempeñar un papel en este proceso repetido de contrarrestar el daño causado por el capitalismo, no menos que en las luchas originales; y enfrenta una tarea realmente formidable. Se está moviendo hacia un territorio desconocido y aún no cartografiado, sin una visión fácilmente concebible de un destino, o los vehículos que nos llevarán allí. La interdependencia cada vez más estrecha e íntima de todos los habitantes del planeta es sin duda un hecho consumado e irreversible; pero hablar de una 'comunidad' planetaria, capaz de asegurar a todos contra el infortunio y los peligros de la vida, es - por decir lo menos - prematuro en gran medida. Tampoco estamos realmente preparados para pensar en la especie humana en su conjunto - un puente continuo, cuya capacidad de carga se mide por la resistencia de su pilar más débil. Mucho menos estamos listos para actuar concertadamente en ese pensamiento. El problema es realmente desconcertante. Sin embargo, esto no significa que podamos dejarlo sin atención - eso sería un peligro compartido.

Ya no existe un territorio verdaderamente soberano. Los derechos humanos, la dignidad de la vida, la libertad y la seguridad ya no pueden asegurarse (al menos a largo plazo) en un solo país, a menos que se trate de un planeta donde todos esos valores tan codiciados sean posesiones humanas universales. El cuidado de los niveles de vida y la integridad de las personas a nuestro alrededor no será plenamente efectivo, y a largo plazo podría demostrarse fraudulento, si no se basa en una preocupación constante por el planeta en su conjunto y en acciones dictadas por tal preocupación. En un planeta globalizado, la distinción entre 'dentro' y 'fuera' ha perdido gran parte de su antiguo significado y claridad. Cualquier dualidad de estrategias derivadas de esa distinción también ha perdido su sentido. Cualquiera que sea la visión del futuro que la izquierda contemporánea contemple y persiga, debe derivar de la actual interdependencia y la futura unidad de la humanidad.

Este requisito no invalida la preocupación centrada en el .ambito doméstico de la izquierda. Las preocupaciones centradas en el estado-nación, requieren una atención vigilante. El compromiso entusiasta y sincero con la causa del bienestar de la humanidad en su conjunto solo puede comenzar en casa. Es importante, y crucial, quiénes son los actores de las transformaciones globales. ¿Qué perspectivas están determinados a promover, qué acuerdos globales están inclinados a apoyar y cuáles a oponerse? ¿Cómo utilizarán los recursos localmente disponibles que tienen a su disposición? Son los códigos éticos y las preferencias de valor gestados, incubados y arraigados dentro del marco de las políticas nacionales los que eventualmente decidirán los principios que la humanidad unificada adoptará y perseguirá. Estos decidirán la calidad de la sociedad global que se traerá a la existencia.

La forma exacta que tomará la 'humanidad unificada' no puede ser diseñada, y mucho menos puede ser prescrita antes de que el proceso de unificación concluya su curso. Sin embargo, se puede afirmar que es muy improbable que este proceso conduzca a una uniformidad cultural, religiosa o de estilo de vida a nivel mundial, tal como no lo hizo cuando se realizó dentro del ámbito del estado-nación. La variedad de formas de vida está aquí para quedarse. La unidad de la humanidad se mantendrá o caerá en función del progreso realizado en las artes y habilidades de convivir con la diferencia, y eventualmente en una aceptación mutua de la alteridad, que no requiere como condición la aniquilación o el abandono de la diferencia. Como lo expresa Georg Gadamer: el arte y las habilidades de vivir con el Otro, y vivir como el Otro del Otro.

La persistencia de la diversidad y los beneficios que se derivan para todos los participantes de su multivocalidad de ninguna manera justifican la indiferencia sobre la calidad de vida que cada variedad pueda ofrecer. Si los dos principios que constituyen la izquierda se utilizan como criterio por el cual se miden las virtudes y las deficiencias de cada variedad, no todas pasarán la prueba con igual honores. Es probable que algunas salgan de la prueba con colores brillantes, mientras que otras no.

El estado social

Más que cualquier otra cosa, el 'estado de bienestar' (prefiero llamarlo estado social, lo que desplaza el énfasis de las ganancias materiales al principio de su provisión) es un arreglo de convivencia humana. Resiste la tendencia 'neoliberal' de hoy en día a desmantelar las redes de vínculos humanos y socavar los fundamentos sociales de la solidaridad humana. El impulso de 'privatizar' -es decir, imponer los patrones esencialmente anticomunales del mercado consumidor y el consumo individual- empuja la tarea de resolver los problemas socialmente producidos sobre los hombros de hombres y mujeres individuales, con sus habilidades claramente inadecuadas y recursos insuficientes. Un estado social protege a sus miembros de la moralmente devastadora 'guerra de todos contra todos'.

Un estado es 'social' cuando promueve el principio de seguro colectivo, respaldado comunalmente, contra el infortunio individual y sus consecuencias. Es ese principio -declarado, puesto en funcionamiento y confiado en que está funcionando- lo que eleva a la 'sociedad' abstracta al nivel de comunidad sentida y vivida. Reemplaza el 'orden del egoísmo', generador de desconfianza y sospecha (para usar los términos de John Dunn), con el 'orden de la igualdad', inspirador de confianza y solidaridad. Y es este mismo principio el que eleva a los miembros de la sociedad al estatus de ciudadanos. Los convierte en partes interesadas y accionistas. Se convierten en beneficiarios, pero también en actores, responsables de la creación y disponibilidad de beneficios.

Se convierten en individuos con un agudo interés en el bien común, que se entiende como las instituciones compartidas que aseguran la solidez y confiabilidad de cualquier 'póliza de seguro colectivo' emitida por el estado. La aplicación de este principio puede, y a menudo lo hace, proteger a hombres y mujeres de la plaga de la pobreza. Lo más importante, sin embargo, es que puede convertirse en una fuente fértil de solidaridad, capaz de reciclar la 'sociedad' en un bien común común. Proporciona defensa contra los gemelos horrores de la miseria y la indignidad, y contra los terrores de caer, o ser empujado, por la borda del vehículo de progreso que se acelera rápidamente. Una defensa contra la condena a la 'redundancia social' o la asignación al 'desperdicio humano'.

El estado social, en su intención original, era ser un arreglo para servir precisamente a tales propósitos. Lord Beveridge creía que su visión de un seguro colectivo integral, respaldado por todos, era la consecuencia inevitable y el complemento indispensable de la idea liberal de libertad individual, así como la condición indispensable de la democracia liberal. La declaración de guerra de Franklin Delano Roosevelt al miedo se basaba en la misma suposición. Después de todo, la libertad de elección siempre conlleva riesgos innumerables e incalculables de fracaso. Muchas personas encuentran tales riesgos insoportables, temiendo que puedan ser demasiado para sobrellevar. La libertad de elección seguirá siendo un fantasma elusivo y un sueño ocioso para la mayoría de las personas, a menos que el miedo a la derrota pueda mitigarse mediante una póliza de seguro emitida en nombre de la comunidad, una póliza en la que las personas puedan confiar y en la que puedan depender en casos de derrota personal o golpes del destino.

Si la libertad de elección se concede en teoría pero es inalcanzable en la práctica, la humillación de la impotencia es probable que se sume al dolor de la desesperanza. La puesta a prueba diaria de la capacidad de las personas para hacer frente a los desafíos de la vida es, después de todo, el taller mismo en el que se moldea o se desvanece la autoconfianza de los individuos, y con ello, su autoestima. Además, sin un seguro colectivo no hay estímulo para el compromiso político, y ciertamente ninguno para participar en un juego democrático de elecciones. No es probable que llegue salvación alguna de un estado político que se niega a ser un estado social.

Sin derechos sociales para todos, un número creciente de personas encontraría inútiles e indignos de su atención sus derechos políticos. Si los derechos políticos son necesarios para establecer los derechos sociales, los derechos sociales son indispensables para mantener en funcionamiento los derechos políticos. Los dos derechos se necesitan mutuamente para su supervivencia. Su supervivencia solo puede ser un logro conjunto.

El estado social es la encarnación moderna definitiva de la idea de comunidad. Es una encarnación institucional de una totalidad abstracta e imaginada, tejida de dependencia recíproca, compromiso y solidaridad. Los derechos sociales atan esa totalidad imaginada a las realidades diarias de sus miembros y fundamentan esa imaginación en el sólido terreno de la experiencia de vida. Estos derechos certifican la realidad de la confianza mutua y de la confianza en las redes institucionales compartidas que respaldan y validan la solidaridad colectiva. 'Pertenecer' se traduce en confiar en los beneficios de la solidaridad humana y en las instituciones que surgen de esa solidaridad. Es una promesa de servirlo y asegurar su confiabilidad. En palabras del Programa Social Democrático Sueco de 2004: "Todos somos frágiles en algún momento. Nos necesitamos mutuamente. Vivimos nuestras vidas aquí y ahora, junto con otros, atrapados en medio del cambio. Todos seremos más ricos si todos podemos participar y nadie se queda fuera. Todos seremos más fuertes si hay seguridad para todos y no solo para unos pocos" (1).

 

Contrariamente a la suposición de los defensores de la 'tercera vía', la lealtad a la tradición del estado social y la capacidad de modernizarse rápidamente, con poco o ningún daño a la cohesión social y la solidaridad, no necesariamente están en desacuerdo. Por el contrario, como ha demostrado la práctica socialdemócrata de nuestros vecinos nórdicos, la búsqueda de una sociedad más cohesionada socialmente es la condición necesaria para la modernización por consentimiento. El patrón escandinavo está lejos de ser una reliquia del pasado. La relevancia y vigencia de sus principios subyacentes, y la fuerza de sus posibilidades para inspirar la imaginación humana y la acción, se demuestran mediante los recientes triunfos de estados sociales emergentes o resucitados en Venezuela, Bolivia, Brasil y Chile. Gradual pero incansablemente están cambiando la imagen política y el ánimo popular del Hemisferio Occidental. Llevan las marcas de ese 'golpe de izquierda' con el que, como señaló Walter Benjamin, tienden a entregarse todos los golpes verdaderamente decisivos en la historia humana. Y aunque esta es una verdad difícil de percibir en una Gran Bretaña hundida en el crepúsculo oscuro de la era de Blair, es la verdad, no obstante.

 

 

 

Referencias

 

Bauman, Z. (2007) Has the future a left? Soundings, 2007(35)

https://journals.lwbooks.co.uk/soundings/vol-2007-issue-35/abstract-7121/

Blair, A. 1998. “The Third Way: New Politics for the New Century”. Fabian Pamphlet, nº 588. Londres. Fabian Society.

Klein, N. (2007) La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, Ediciones Paidós.

Sheinbaum, C. (2024) Discurso de toma de posesión.

https://www.youtube.com/watch?v=Yvib2vk5Og0&t=24s

 

1 En la Tercera Vía una nueva política para un nuevo siglo, Blair pretende conciliar los principios de la socialdemocracia con los del neoliberalismo; bajo el concepto de la tercer vía, se pretende hacer compatible en una propuesta de gobierno: el patriotismo y el internacionalismo, los derechos y las responsabilidades; favorecer a la empresa a la par que la lucha contra la pobreza y la discriminación. (Blair, 1998).

2 El nowismo alude a una visión que enfatiza el presente o el "ahora" como el centro del pensamiento y la acción. Este enfoque podría relacionarse con ciertas corrientes filosóficas contemporáneas que buscan vivir el momento presente y se alinean con ideas como el pragmatismo o el existencialismo, que valoran la acción y la experiencia inmediatas como fuentes de verdad y sentido. El término se usa en contextos culturales, de autoayuda y en la mercadotecnia que promueven una mentalidad de atención plena (mindfulness), vivir intensamente el presente, lo que puede ser aprovechado para incentivar el consumo. En términos políticos, resulta clarificador del como puede ser un discurso ideológico que consolida la idea del instantaneismo en la “mejora” del bienestar social y la satisfacción de las necesidades, promovida por el neoliberalismo, y que juega en contra del sentido que la utopía de la transformación del mundo a través de la superación del capitalismo, supone como una lucha de largo aliento. Recordando a Keynes, en el largo plazo, todos estaremos muertos. Nota de los traductores.

 

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“pálido.deluz”, año 11, número 171, "Número 171. Educación y sociedad: Valoración del primer cuarto del siglo XXI. (Diciembre, 2024)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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