Envejecer es como escalar una gran montaña: mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre, la vista más amplia y serena.
Las Vegas es la ciudad más grande del estado de Nevada en medio del desierto, con más de un millón de habitantes. Es la de más rápido crecimiento en todos los Estados Unidos de Norteamérica y es famosa por cuestiones como los casinos y las apuestas legales, la prostitución, el consumo de alcohol que no se restringe ningún día, ni en ninguna hora y los espectáculos en los hoteles y teatros.
Por lo anterior, Las Vegas es una ciudad/ locación muy utilizada en el cine por las apuestas (Cuando los Hermanos se encuentran), para abordar las mafias desde dentro (El padrino II y Casino), para exponer la diversión en cualquier edad y sexo (Último viaje a Las Vegas), para casarse rápido (Locura de amor en Las Vegas) y hasta para suicidarse consumiendo alcohol sin límite (Adiós a Las Vegas).
Las Vegas representa algunos de los extremos de la diversión, evasión y de los sueños más caros de la sociedad norteamericana y occidental, como volverse rico en una apuesta o gozar de un espectáculo con el que siempre se deseó. Basta ver cualquier programa del Precio de la historia –que sucede en una tienda de antigüedades precisamente en la ciudad Pecado- para asomarse a las caricias de opio materializado en objetos del pasado reciente de los norteamericanos, que se ofertan y comercializan en dicho lugar.
La ciudad de Las Vegas necesariamente tiene otras caras, como la que se muestra en The Last Showgirl (Coppola G. EUA. 2024), que se enfoca en las últimas actuaciones de un grupo de bailarinas que presentan Le Razzle Dazzle, un espectáculo que llegó a ser muy famoso en la época de los grandes salones mundiales como el Moulin Rouge en Francia o El Tropicana en Cuba, show con vestuarios suntuosos, de lentejuelas, alas, muchos colores, bailables multitudinarios, mujeres muy maquilladas y semidesnudas, pero de los que solo va quedando el recuerdo o siguen siendo atracciones valiosas por lo que evocan.
Shelly se ha presentado en este espectáculo prácticamente toda su vida profesional. Ella tiene 57 años y ha trabajado treinta años (de los que no se arrepiente), en diferentes papeles de Le Razzle Dazzle. Tiene una hija universitaria a la que dejó de ver por no poderla atender y fue dada a otra familia para que la educaran. Tiene como amigas las mismas compañeras de la compañía. La vida de todas ellas no es estable y cuando saben que ya no representarán más el show entran en crisis.
Parecen vivir al día y precariamente. No tienen sistema de salud o formas de retiro. En su pago, que no es muy alto, les descuentan si la función no tuvo mucho público o daños que le hacen al vestuario, aunque estos sucedan en el teatro y durante la actuación.
Ya sin trabajo, lo único que tienen es a ellas mismas. Sus cuerpos todavía ágiles y rítmicos, pero deteriorados, por el trabajo y el tiempo. Tienen lucidez, pero una oportunidad escasa de conseguir otro trabajo en ese lugar en el que laboralmente la juventud tiene mayores oportunidades.
The Last Showgirl es una crítica ácida al modo de vida de los Estados Unidos de Norteamérica desde la esquina de bailarinas a punto de ser expulsadas de su único paraíso de luces, música, movimiento y rostros con sonrisa permanente. La cinta desnuda, además, la precariedad laboral, las condiciones de vida, la soledad y la imposibilidad de consolidar una pareja emocional, al frágil refugio de la amistad y el quebranto del modelo familiar occidental dominante por décadas.
Dos de los iconos de la belleza femenina de la industria cultural norteamericana de los años ochenta del siglo XX, Pamela Anderson y Jamie Lee Curtis, se autoparodian sin límite, pero tratando de resaltar sus dones actorales que todavía despliegan con mucha solvencia.
The Last Showgirl ha sido una grata sorpresa con obtención de premios y peregrinar en festivales internacionales, que da la bienvenida a la tercera generación de los Coppola, como portentosos realizadores cinematográficos.