Me atrevo a afirmar que quienes elegimos la docencia como forma de vida, casi siempre lo hacemos inspirados por maestras y profesores con los que estudiamos en la niñez y la juventud. Quienes hemos recibido formación pedagógica formal, aprendimos principios y técnicas didácticas para planear, gestionar y evaluar la actividad en clase; sin embargo, con frecuencia como educadores novatos iniciamos nuestra práctica emulando algunas de las estrategias de enseñanza, pero también las actitudes y los valores que observamos en docentes que conocimos en nuestra trayectoria escolar, pues como he insistido en otras ocasiones en este espacio, los docentes educan no sólo con lo que dicen y lo que hacen sino también con lo que son.
La imagen del docente ideal es un mosaico de representaciones sociales y personales, que no se puede reducir a una simple lista de cotejo de cualidades y competencias. Ya habíamos establecido que la docencia es una profesión y un arte, el puente entre estas dos dimensiones es la personalidad del educador, la cual es tan importante como sus habilidades didácticas, en la manera como se construye la relación pedagógica con los aprendientes.
En la educación media superior y universitaria es frecuente que las instituciones educativas incluyan entre las estrategias de evaluación de los docentes, cuestionarios para que los estudiantes expresen su opinión sobre el desempeño de sus profesores y profesoras mediante escalas de valoración o apreciación. Los instrumentos utilizados consisten en listas de conductas y actitudes a las que los estudiantes deben atribuirles un valor o grado, que luego se traducen en una calificación global. Es común que en esos instrumentos se pidan también comentarios para obtener información cualitativa.
Muchos docentes tienen la impresión de que la evaluación que los alumnos hacen de su labor, es una expresión más emotiva que objetiva, en el sentido de que sus opiniones están influidas por emociones relacionadas con el maestro y la asignatura. Algunos comentarios de los estudiantes en los cuestionarios de evaluación docente proporcionan indicios de que el carácter del maestro podría estar relacionado con la percepción que los educandos tienen sobre la calidad de su desempeño en el aula.
Quisiera comentar aquí una investigación que realicé hace muchos años en el Centro de Enseñanza de Idiomas de la entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán, ahora FES Acatlán, para obtener el grado de Maestría en Enseñanza Superior. A pesar del tiempo transcurrido, creo que puede resultar interesante reflexionar sobre los resultados obtenidos en esa experiencia, que demostraron una correlación significativa entre el carácter del docente y la manera como los estudiantes evalúan su desempeño y permitieron identificar el perfil caracterológico que obtenía las valoraciones más altas por parte de los alumnos.
La metodología de la investigación consistió en una encuesta a los estudiantes mediante un cuestionario denominado SIED (Sistema Integral de evaluación docente) y la prueba Le Gex, que resolvieron los docentes que participaron voluntariamente en el estudio: un inventario de rasgos que sirve para identificar el carácter de las personas de acuerdo con la tipología de Heymas-Le Senne.
El cuestionario SIED propone 6 categorías para evaluar el desempeño docente: planeación del curso, conducción de la clase, motivación que propicia en el grupo, procedimientos de evaluación utilizados y cumplimiento. Para cada categoría ofrece una serie de descriptores y solicita a los alumnos que asignen una puntuación de 1 a 5 en una escala con los siguientes valores: malo, regular, bueno, muy bueno y excelente. Al final pide una calificación global con base en esa misma escala. El cuestionario se respondía de manera anónima antes de la conclusión del curso y de que los estudiantes recibieran calificaciones finales, en el supuesto de que así serían más propensos a manifestar una opinión objetiva.
El cuestionario se aplicó a 321 estudiantes de 21 grupos de 6 idiomas (inglés, francés, italiano, alemán y japonés).
La prueba Le Gex consiste en una lista de 54 enunciados en primera persona que describen rasgos de personalidad, gustos, intereses, reacciones y actitudes. Quien resuelve la prueba debe seleccionar aquellos enunciados con los que se identifica, marcando el número en una matriz de 8 columnas, que corresponden a los tipos de carácter definidos por Heymas-Le Senne: nervioso, sentimental, sanguíneo, flemático, colérico, apasionado, amorfo y apático.
Esta clasificación es una entre varias psicotipologías del carácter, que yo elegí porque el pedagogo Luigi Rosetti las había retomado para identificar aptitudes educativas y me pareció que podía relacionarse de manera adecuada con el comportamiento de los docentes del Centro de Enseñanza de Idiomas. Rosetti incluso había determinado la compatibilidad entre los diferentes tipos. Aunque no es una clasificación de construcción reciente, otros investigadores de la escuela francesa de caracterología como Le Gall, Griéger, Berger, Maistraux y Gaillat han incorporado al método original diversas contribuciones de la Psicología.
No explicaré detalladamente la tipología, porque es compleja e integra varias dimensiones del comportamiento como son la emotividad, la actividad, la resonancia de las impresiones, el campo de conciencia, la inteligencia analítica, así como los grados de egocentrismo/altruismo, agresividad y sociabilidad de la persona.
Los docentes de los 21 grupos encuestados respondieron al cuestionario que estaba marcado con una clave para mantener el anonimato de la información. Al concluir la investigación les devolví su cuestionario junto con las evaluaciones de sus alumnos, ya que habían manifestado curiosidad por conocer los resultados obtenidos.
La creencia generalizada del cuerpo docente del CEI era que los alumnos calificaban mejor el trabajo de profesores sociables, de trato cálido y efusivo, graciosos e hiperactivos, es decir, personas de carácter sanguíneo y apasionado. Contrariamente a esa idea, en la encuesta el tipo de carácter más favorecido por la opinión de los estudiantes resultó ser el flemático, que es emocionalmente frío pero extravertido, dinámico y sumamente organizado. Eso significa que los y las jóvenes de esa época, apreciaban en el docente no tanto a alguien afectuoso, sino a quien es activo y que sabe planificar y conducir su labor con racionalidad. De acuerdo a los resultados de la encuesta, entonces, los estudiantes valoraban a los profesores serios, austeros, disciplinarios, activos y organizados, de manera que su imagen de un buen docente respondía más bien a una concepción tradicional.
La investigación se apoyó en un instrumento psicométrico ya probado empíricamente, pero no se debe hacer un reduccionismo psicológico para construir un modelo ideal en el que pueda encasillarse el comportamiento de quienes se dedican a la enseñanza. Todavía hay mucho que investigar sobre las variables de orden psicológico y actitudinal que predominan en la mayor parte de las interacciones entre educadores y alumnos, para entender cómo afectan el clima de la clase. Sin embargo, la percepción y valoración de la labor de maestros y maestras responde a un imaginario social que puede modificarse con el tiempo. Quién sabe cuáles serían los resultados de una investigación análoga a la que yo realicé, si se encuestara a los jóvenes de las generaciones actuales, cuando han tomado cada vez más relevancia las metodologías basadas en el empleo de la Internet y de la Inteligencia Artificial Generativa que están obligando a repensar las funciones del docente y las estrategias educativas.
Hay quienes profetizan la suplantación de los y las docentes por tutores virtuales en plataformas para la instrucción en línea, pero yo aún tengo la convicción de que el contacto humano es indispensable en la educación. Todos hemos sido tocados por algún maestro o maestra que nos inspiró algún aspecto de nuestra vida. La tecnología puede hacer más eficiente la interacción didáctica, pero sólo la relación entre personas puede formar pensamiento crítico y valores, modelar actitudes y fomentar sensibilidad para la convivencia armónica y la construcción de una sociedad más justa y respetuosa de la naturaleza. Los educadores debemos ser conscientes de nuestra responsabilidad como modelos de comportamiento.
Referencias
De la Garza, G. (1997) La relación entre el carácter del profesor y la evaluación de su desempeño por parte de los alumnos. Tesis para obtener el grado de Maestría en Enseñanza Superior. México: Universidad La Salle.
Rossetti, L. (1969) Práctica de caracterología. España: Marfil