Búsqueda

Jueves, Mayo 22, 2025

Para Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán, con mi cariño, agradecimiento y reconocimiento permanente a su infatigable y valiosa labor educativa.

Es difícil calcular el número de maestros que he tenido. Eso, en el terreno formal, y si le agregamos aquellos maestros de vida, la suma crece. Ni siquiera intentaré contar cuántos fueron porque podría ser injusto aun en mi cuenta mental.

Además, no se trata de enumerar a los mejores sino de recordar algunas anécdotas importantes que, de alguna manera, fueron significativas para mí. Más aún: intentaré recordar, incluso algunos malos recuerdos para contrastar lo bueno y lo malo que nos dejan los maestros.

La tarea no es sencilla; será – espero- una suerte de recorrido existencial en la curva de aprendizaje que resulta toda vida, la de cualquiera, con y sin escuela, siempre aprendemos para bien o para mal.

Más se complica la cosa cuando quien escribe es maestro: no pretendo juzgar la tarea de quienes fueron mis maestros (¿Quién soy yo para hacerlo?), y sí, en contraparte un reconocimiento a los que me enseñaron algo o me dejaron con su cariño bonitos recuerdos. Los engarzaré como vayan llegando a mi mente, malos y buenos recuerdos.

  1. Mi profesor de sexto de primaria era una persona corpulenta y de avanzada edad que subía las escaleras apoyado en los hombros de los compañeros más altos. En su clase no se permitía el desorden más mínimo, salvo cuando salía del salón y nos quedábamos solos. Una vez que exponía su clase y nos ponía un ejercicio, si veía que algunos propiciaban el desorden, simplemente alzaba la voz desde su escritorio para apaciguar los ánimos. Si eso no era suficiente, a la siguiente vez lanzaba el borrador como pitcher de beisbol y se estampaba en otro pizarrón que estaba en la parte posterior del salón; obviamente, en cuanto veíamos volar el proyectil nos agachábamos para no ser blanco de este. Quiero pensar que no era falta de puntería sino una forma de mostrar autoridad, pues el hecho es que nunca, por fortuna, alguien salió lastimado. ¿Qué aprendí de ello? Que la autoridad no siempre está dispuesta a dialogar y que las clases por más interesantes que pudieran ser (algunas de ellas, sobre todo las de lectura y geografía), perdían su esencia. Uno estaba más al pendiente de sus rabietas que de concentrarse en hacer el ejercicio indicado.

  2. El maestro de matemáticas de segundo de secundaria era mi ídolo, pues su forma de vestir iba muy con los tiempos de los sesenta, pero todo se vino abajo en una sola sesión: resulta que estaba yo platicando y me calló dos o tres veces, a la cuarta me dijo que pasara al pizarrón a resolver una ecuación. Lo hice y como estaba distraído no supe resolverla. Cabe decir que hasta entonces siempre había tenido buenos resultados en matemáticas. El caso es que no despejé adecuadamente o invertí algún procedimiento y como se la debía por mi desacato previo a sus llamadas de atención, en vez de corregirme e indicarme que pensara y viera en dónde estaba el problema, se empezó a mofar de mí delante de todo el grupo que estalló en carcajadas (no todos, obviamente, pero los más cábulas, sí). Me puse rojo y mis manos empezaron a sudar. De ahí para adelante yo entraba tenso a sus clases y me sentí el más inútil para resolver o siquiera enfrentar cualquier desafío matemático, hasta que muchos años por delante, le pedí a mi esposa, que es maestra de matemáticas, que me enseñara las famosas ecuaciones, mismas que entendí y resolví sin el mayor apremio. Mi aprendizaje fue sustancial, no por lo que para entonces pudiera servirme, sino por sacudir ese trauma o demonio que traía desde la adolescencia. Ah, obviamente, el maestro de matemáticas dejó

de ser mi ídolo y entendí que un buen profesor no puede ser aquel que hace escarnio de sus estudiantes.

  1. Mi profesora de filosofía en la Nacional de Maestros derramaba sapiencia y elocuencia. Para nosotros que teníamos quince años representaba recibir una andanada de argumentos, datos y corrientes filosóficas, prácticamente con su puro y seductor verbo. No había tiempo para echar relajo, solo para pensar e intentar quedarse con algo de su sabiduría. Éramos muy jóvenes y, tal vez, hubiera sido mejor que nos hubiera dado clases más adelante, pero, aunque no hayamos entendido del todo su cátedra, nos mostró que la inteligencia cuando se muestra con pasión promueve el razonamiento, la duda, el azoro, la inquietud por saber más. Fue una de las maestras que puedo decir, sin temor a equivocarme, que me enseñó a pensar, y eso vale más que un aprendizaje o contenido concreto; es un aprendizaje para toda la vida.

  2. En la misma Escuela Nacional de Maestros, tuvimos a un profesor de Lógica que llegaba muy temprano, el suficiente para escribir un aforismo filosófico en el pizarrón posterior del salón, que veíamos cuando entrábamos a su clase. Su lógica era muy sencilla y aleccionadora: una vez que estábamos todos o era la hora de clase, nos decía que volteáramos al pizarrón de atrás y leyéramos en silencio la frase del filósofo en cuestión y de ahí las preguntas: ¿Qué significa? ¿Qué quiere decir? ¿A qué nos remite? ¿Cuál es el sentido de esa frase? Las respuestas brotaban de varios lados y, sin saberlo, era como una calistenia mental, lógica, para entrar al terreno formal del tema que íbamos a ver en la clase. También, lo respeté profundamente y reforzó en mí el aprender a pensar cosa que le agradezco eternamente.

  3. También, en la Normal, nuestro maestro de Historia de la Cultura, de edad avanzada, se sentaba frente al grupo en su silla fuera del escritorio. Cruzaba sus piernas y empezaba a disertar sobre los griegos, los romanos, los franceses…la gran historia cultural de occidente, con una facilidad para vincular sus temas a los nuevos contextos de entonces. Después se ponía de pie y recorría las filas; mientras caminaba, tocaba a alguien por el hombro y le preguntaba algo acerca de la clase. Era un hombre culto que había pasado por la administración pública por lo que, eventualmente, aderezaba sus conocimientos con anécdotas políticas que le tocó vivir lo que hacía la clase muy amena y profunda a la vez. De él aprendí el valor de un maestro culto, lo que es fundamental para una buena cátedra. Nada que ver con las nuevas tendencias que priman lo específico, lo técnico por sobre lo culto que, sin duda es más amplio y permite un mejor desempeño profesional, al menos, en el magisterio.

  4. En tercero de secundaria, la maestra de Educación Cívica nos revisaba el cabello una vez a la semana. Aquellos que excedíamos el largo del pelo -según sus parámetros militares- éramos advertidos que debíamos cortarlo para la siguiente clase. En cierta ocasión no lo hicimos otro compañero y yo, y pidió a unas compañeras que le prestaran unas ligas para hacernos una especie de chongo en el frente. Es, sin duda, el momento más terrible que viví en mi etapa de estudiante, más allá, incluso, de las broncas en las que perdí. La humillación delante de todos que soltaban carcajadas como si estuvieran viendo una película cómica. Fui a mi lugar a sentarme y algunos compañeros y compañeras me volteaban a ver con sonrisa burlona. Me puse la mano en el chongo hasta que este se oprimió. Fue tal su saña que, al darse cuenta de ello, fue a mi lugar y lo volvió a enderezar. Años más adelante yo trabajaba en la SEP y me tocó dar una charla de inducción a los directivos de la nueva asignatura de Formación Ética y Ciudadana, de la que ella era jefa de clases. Al término del evento se acercó a felicitarme. De inmediato, le dije: “Usted fue mi maestra en tercero de secundaria”. Se alegró de ello, aunque su rostro se descompuso cuando le conté (sin detalles) delante otras maestras y maestros que querían saludarme, aquel penoso episodio. Solo atinó a pedir disculpas, y yo solo sonreí: sin quererlo la vida me dio la oportunidad de mostrarle que unos centímetros más o menos de cabello no nos hacen mejores o peores personas. Le di una cátedra de dignidad y por ese día aprendió doblemente. La crueldad se paga; la vida suele cobrar esas actitudes. Ah, en descargo de ese incidente, debo reconocer que sus clases eran buenas aun con el enfoque legaloide de aquellos tiempos.

  5. Había un compañero maestro de primaria que resultó uno de mis mejores mentores en las charlas informales del recreo, en las tertulias o en las juntas. Un tipo autodidacta, cultísimo, del que aprendí, en la práctica a ser maestro y a explicar ciertos temas. Además, aprendí de literatura universal y de música clásica muchas cosas importantes: no todo buen maestro lo tenemos en las aulas.

  6. Mis maestras de Didáctica, y del seminario: Problemas económicos, sociales y culturales del México contemporáneo de cuarto año en la Nacional de Maestros. Mis maestros de Problemas contemporáneos de las ciencias y la filosofía, y de Historia de las Instituciones Políticas en la Normal Superior. Iconos de la escuela. Mi maestra de filosofía griega, el de filosofía de la ciencia, la de Filosofía III (de Kant a Hegel) y el de Didáctica de la Filosofía en la UNAM, así como a mis amigos y grandes profesores de la maestría en la Universidad Pedagógica Nacional que derramaban cultura y enriquecían sus clases con agudeza mental y referencias múltiples a cualquier tema que dieran. A todos ellos, gracias, por siempre. Con dos de la UPN y dos de la ENSM cuento con el privilegio de su invaluable amistad.

Feliz día del maestro. Salud.

Sacapuntas

Laura Poy Solano
Patricia Covarrubias Papahiu y María Magdalena Piña Robledo
Mariana Rondón

El timbre de las 8

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Mentes Peligrosas

Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández

Mirador del Norte

G. Arturo Limón D
G. Arturo Limón D

Tarea

Heyli Camila Gallegos Ruiz
Santiago Jareth Martínez Bautista
Juan Rafael Tellez Hernández
Mario Vargas Llosa
Ariana Yamilet Pérez Martínez
Alberto Domínguez Borrás
Antonio Gaddiel Aguilar Gaspa
“pálido.deluz”, año 14, número 176, "Número 176. El maestro y el alumno: mosaico del imaginario socioeducativo. (Mayo, 2025)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
Cuadro de Honor

Cuadro de Honor

Videoteca

Videoteca

Biblioteca

Biblioteca

Sitio creado por graficamental.com