Parece irreal, pero estamos por cumplir el primer cuarto del nuevo siglo, 24 años han pasado desde el revuelo por llegar al año 2000, donde se creía que se acabaría el mundo o que las computadoras colapsarían debido al número con tantos ceros. Sin embargo, dos décadas después seguimos aquí, muchas cosas han permanecido intactas, pero otras han cambiado a pasos agigantados.
Mientras la sociedad continúa volviéndose más individualista y solitaria, la educación se enfrenta a uno de los retos más grandes: la inteligencia artificial. Cuando el internet se hizo presente en nuestras vidas abrió una oportunidad para acceder a la información en un segundo, sin necesidad de desplazarse a bibliotecas o confundirse en las enciclopedias buscando la letra adecuada para después descubrir que no contenía la información que buscábamos. Aun con ello, hubo un reto en el ámbito educativo, porque se empezaron a compartir tareas en línea: ensayos, investigaciones y demás, provocando que muchos estudiantes sólo se esforzaran por googlear lo que necesitaban copiando y pegando la información en un documento nuevo, al cual le colocaban su nombre al inicio para después entregarlo en la escuela como propio.
Ante esta nueva dinámica, muchos profesores alzaron la voz, manifestando que contrastarían los trabajos con internet, alentando a sus estudiantes por esforzarse en creaciones propias, ya que lo que hacían se llamaba plagio. Con esta idea se fueron viviendo las primeras décadas del dos mil, luchando por hacer del internet una aliada en lugar de una enemiga indestructible. En los últimos años hemos podido apreciar que el acceso a tanta información no es lo importante, sino lo que se hace con ella, pero desafortunadamente, los jóvenes no han aprovechado esta ventaja, tal vez porque nunca tuvieron que cargar con pesados libros o gastar más de dos horas desplazándose hasta una biblioteca, las nuevas generaciones utilizan las nuevas tecnologías sólo para el entretenimiento, pasan horas frente a una pantalla viendo videos de otras personas haciendo cosas absurdas o compartiendo información de la que no poseen datos reales, sino que expresan lo que creen como si fuera cierto, aunque muchas veces sea todo lo contrario.
Mientras en las aulas ya se luchaba contra esta antipatía e individualismo, los finales de este lustro llegan con una nueva aportación: la inteligencia artificial, que suena sumamente seductora, ¿quién no desea obtener información con menor esfuerzo? Ahora sólo basta preguntarle algo y obtenemos una respuesta concreta, sin tener que revisar un artículo completo al respecto o contrastarlo en diversas fuentes, porque ella ya lo hizo por nosotros. Esta nueva herramienta puede escribir ensayos completos, inventar historias, explicarnos conceptos matemáticos, crear imágenes con nuestras ideas y muchas cosas más, el límite parece inalcanzable. Sin embargo, no todo es maravilloso, porque con la inteligencia artificial vienen nuevos retos para los maestros, ahora ¿cómo se diferenciará un trabajo real con uno hecho por ella? ¿qué pasará con el desarrollo de la creatividad de las personas? ¿con su capacidad de cuestionarse e investigar sobre el mundo que los rodea?
El problema no es la herramienta, ni se busca satanizarla, lo importante es reflexionar sobre ella y promover un uso responsable de la misma. Los maestros tenemos un nuevo reto: enseñarles a nuestros estudiantes a aprovecharla responsablemente, lo cual implica convertirla en nuestra aliada al momento de las clases, para ello nosotros mismos necesitamos conocerla, aprendiendo a utilizarla, identificando sus ventajas y desventajas.
Así, estamos casi llegando al año 2025, la cuarta parte de este siglo, con nuevos retos y complicaciones, veremos qué más nos deparan los años venideros, ojalá los avances científicos y tecnológicos favorezcan nuestra comprensión sobre el mundo que nos rodea, para ayudar a transformarlo en beneficio de todos los integrantes de este planeta.