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Martes, Julio 02, 2024

¿Realmente sabemos qué es la inteligencia? Como especie, nos enorgullecemos de esta característica al grado de que nos bautizamos como Homo sapiens, el hombre sabio, el que piensa, el que es inteligente, para acabar pronto. No solo nos autoproclamamos inteligentes, sino que determinamos que todos los demás animales no lo eran, que apenas funcionaban como una especie de máquinas biológicas gobernadas por el instinto.

Algunos estudiosos, en la segunda mitad del siglo XX, quisieron matizar un poco el asunto. “No es que no piensen solo es que no lo hacen como nosotros, en términos simbólicos”. Así, pontificaron que loros, gorilas, perros y mapaches no desarrollaban jamás un lenguaje, pensaban en términos temporales, tenían “verdaderos” sentimientos (o sea, no solo meras sensaciones) ni podían mentir, porque precisamente no pensaban, que eso solo lo hacíamos los humanos.

Los hechos resultaron contrarios a la explicación y resulta que muchos animales pueden hacer, y hacen en su entorno natural, mucho de lo que suponíamos que nos era exclusivo y, entonces, otra vez nos quedamos a medias, sin saber si somos o no inteligentes, si es nuestra cualidad distintiva. Pero la situación todavía empeoraría.

Por un lado, Turing y otros empezaron a suponer que la inteligencia se refería a la capacidad de información y su procesamiento, con lo que dieron pie a la noción de la inteligencia artificial. Por otro, proyectos como SETI se dedicaron a buscar inteligencia, definida con los parámetros de la inteligencia humana, en el espacio. Creo que ambos enfoques tienen un error terrible de origen, pues parten de definiciones incompletas o tautológicas de la inteligencia.

Desde la idea de que inteligencia es la capacidad de entender o comprender que involucra el pensamiento y la abstracción, pasando lógicamente por las formas de comunicarnos, hasta el “descubrimiento” de siete, ocho o doce (ya ni sé cuántos llevan) tipos de “inteligencias”, que en realidad me parecen una forma de las nuevas formas “políticamente correctas” de decir que todos somos inteligentes, nos quedamos, como decía el refrán campesino de hace décadas, “chiflando en la loma”.

Sobre lo que es y lo que significa la inteligencia, como siempre, los escritores tienen mucho que decirnos. En este caso, presento dos historias;  en los dos, creaturas no humanas muestran que el ser humano es incapaz de comprender una inteligencia fuera de la suya y son, por tanto, incapaces de reconocer lo que tienen frente a ellos. No podemos dejar de leer, de Ursula K. Le Guin “Laberintos”, en la que un ser de incomparable sensibilidad cree que solo su muerte podrá dar un atisbo de que es un ser racional. También debemos conocer “El gran silencio”, una historia de ciencia ficción de incomprensión, ceguera y amor de Ted Chiang.

En recientes estudios llama poderosamente la atención el hecho de que los jóvenes manifiesten en una proporción grande que no utilizan inteligencia artificial por miedo. Si bien es cierto que mucho de este miedo puede estar justificado por amenazas al empleo, a la individualidad o a la privacidad, por nuestro trato cotidiano con alumnos y alumnas de educación superior podemos sostener que muchos de estos temores tienen su origen en la cultura popular.

El miedo a la inteligencia artificial entre los jóvenes puede estar influenciado por representaciones en la cultura popular que a menudo retratan a la IA de manera negativa o amenazante. Películas, libros, series de televisión y videojuegos suelen presentar escenarios distópicos en los que la IA se convierte en una fuerza dominante que amenaza la humanidad. Estas representaciones pueden alimentar el temor y la desconfianza hacia la tecnología.

Por ejemplo, películas como Terminator (Cameron, 1984) o Matrix (Wachowski, 1999), Ex Machina (Garland, 2014) o Westworld (Nolan, Joy, 2016) en el que presentan realidades en las que las máquinas controlan o intentan exterminar a la humanidad.

Además, los medios de comunicación a menudo informan sobre avances en IA de una manera sensacionalista, enfatizando los posibles riesgos y peligros en lugar de destacar los beneficios y las oportunidades. Esto puede contribuir a una percepción negativa y temerosa de la IA entre los jóvenes.

También es cierto que algunos otros expertos en IA han declarado que le temen, como Douglas Hofstadter (citado por Mitchel, Melanie (Mitchell, 2024) habla sobre EMI, una inteligencia artificial que compone “a la manera”, de Bach, Beethoven, Mozart o cualquier superdotado de la historia de la música.:

EMI me aterrorizó. Me aterrorizó. Lo detesté, me pareció una horrible amenaza. Una amenaza que podría destruir lo que más valoraba de la humanidad. Creo que EMI fue el ejemplo supremo de los temores que me provoca la inteligencia artificial.

Desde un punto de vista ético, ¿podríamos decir que la escritura con inteligencia artificial puede cuestionares? Empezando por una definición: que asegura que la inteligencia artificial es: ”la capacidad de las máquinas para usar algoritmos, aprender de los datos y utilizar lo aprendido en la toma de decisiones tal y como lo haría un ser humano” (Rouhiainen, 2018).

La ética en la redacción de textos radica necesariamente en la transparencia y la honradez en cuanto a la contribución de la IA en la creación del texto; si se reconoce claramente su uso y se atribuye adecuadamente su contribución, se puede mantener la integridad ética en la escritura.

Si se emplea IA para generar un texto y se presenta como propio definitivamente sería un uso poco ético. La falta de claridad puede implicar una apropiación indebida del trabajo de otros y engañar a los lectores sobre la verdadera naturaleza del autor.

La escritora Raquel Castro, cuentista y editora, autora de varios libros publicados, asegura que queda una sensación “de estar haciendo trampa”, por lo que ella no la usa, y explica: “cuando sacaron muy al principio una de imágenes, estuve un ratote generando cosas a lo loco. Por el puro gusto. Pero después dejé de usarla, cuando vi que había mucho disgusto por parte de los artistas gráficos”. Algo similar opina, aunque con mayor contundencia, Emmanuel Gallardo, periodista y también autor publicado: “No. Nunca. Estoy en contra de utilizar IA en mi trabajo. Me molesta mucho, es hacer trampa”. Otra periodista y también autora publicada, Emma Landeros, tiene una opinión muy similar y enfáticamente dice que “jamás la utilizaría para sus textos” (fuente: entrevistas del autor)

Al respecto, es muy importante señalar que para hace un texto se requiere de inteligencia (artificial o natural), manejo de habilidades técnicas y tener algo que decir: “ganar al ajedrez no basta con aplicar reglas; en primer lugar hay que saber qué reglas escoger” (Larsson, 2022) razón por la cual, para algunos, no existe la posibilidad un dilema ético real al utilizar inteligencia artificial pues, al menos en su estadio actual, se puede descubrir cuando se usa. Larsson asegura que hacemos cosas, pero no podemos programar cómo las hacemos y pone el ejemplo de que un programa para escribir Ulises de James Joyce no tendría sentido, pues Joyce directamente escribió el libro.

El dilema ético tal vez resida en otra parte. Es necesario observar hasta qué punto escribir un texto que debiera ser original, en realidad se puede realizar con inteligencia artificial y hasta qué punto este es un fenómeno nuevo, ontológicamente diferente de otras formas de cometer engaños, tales como copiar y pegar, mandar hacer trabajos a otros estudiantes o plagiar.

Faltar a la ética al escribir un texto original utilizando inteligencia artificial puede depender de varios factores. En primer lugar, si se está utilizando la IA para generar ideas o inspiración, pero luego se redacta el texto completamente desde cero y se le atribuye apropiadamente al autor humano, no hay una falta ética evidente.

Palabras finales

Debemos saber qué es la inteligencia, su importancia, sus formas y sus desarrollos. Debemos entender que el requisito no es necesariamente la tecnología, el lenguaje o el dominio de las demás formas de vida. Sabemos, por los registros paleontológicos, que entre los homínidos se desarrollaron formas de cultura tecnológica que dotaron a nuestros ancestros de armas para la caza y herramientas para la subsistencia, al tiempo que los hicieron sensibles al arte, a la vida social y al gusto por contar historias.

También, debemos profundizar en el análisis de que algunos animales considerados como inteligentes, como orcas, delfines y chimpancés, sin olvidar a nosotros mismos, los humanos, se dejan llevar por la ira y comportamientos destructivos contra otros seres vivos o, como humanos y chimpancés, contra otros miembros de la misma especie, y a veces, del mismo círculo familiar.

También, urge analizar el tema de las inteligencias artificiales, de las que sabemos muy poco y nos atenemos a ideas forzadas como la de Turing, que estableció su famosa “prueba”, como método para evaluar la inteligencia de una máquina. La prueba se basa en la capacidad de una máquina para exhibir un comportamiento inteligente que sea indistinguible del de un ser humano.

Yo puedo asegurar que, con el avance de las IA actual, esa prueba es obsoleta. También nos queda el tema de la mutua incomprensión asegurada, que aborda “Laberintos”, de Ursula K Le Guin. Por el momento, tengo dos semanas comunicándome con el servicio de atención a clientes de Uber por un reclamo y hasta el momento no sé si me responde una IA muy talentosa o algún humano bastante obtuso.

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“pálido.deluz”, año 11, número 166, "Número 166. El valor de la educación pública. (Julio, 2024)", es una publicación mensual digital editada por Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, Ciudad de México, C.P. 11420, Tel. (55) 5341-1097, https://palido.deluz.com.mx/ Editor responsable Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández. ISSN 2594-0597. Responsables de la última actualización de éste número Rafael Tonatiuh Ramírez Beltrán y Armando Meixueiro Hernández, calle Nextitla 32, Col. Popotla, Delegación Miguel Hidalgo, CDMX, C.P. 11420, fecha de la última modificación agosto 2020
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